Por Nelson Castro
“Serán dos años a pura campaña”, reconocía sobre el filo de la noche vieja un funcionario K de paladar negro. Horas antes, un acólito de Eduardo Duhalde expresaba exactamente lo mismo. Así se fue 2009; y así comenzó 2010.
Néstor Kirchner saturará la geografía de la provincia de Buenos Aires con actos y discursos. Lo alienta para dicho cometido el anunciado crecimiento de la economía, consecuencia directa del paulatino fin de la crisis financiera mundial.
En el imaginario del ex presidente en funciones anida la esperanza de que ese repunte le permita tender puentes con buena parte de la clase media, de la que su lejanía es creciente, sin la cual será imposible ganar la elección presidencial de 2011.
Nadie tiene la bola de cristal, pero lo cierto es que, para alcanzar ese objetivo, deberá hacer muchas cosas distintas a las realizadas en éstos dos últimos años. Y hasta aquí, nada indica que ese cambio, casi copernicano, esté en vías de producirse.
En el cómodo reportaje que concedió en la última semana del año que pasó, no hubo en Néstor Kirchner el mínimo atisbo de autocrítica. Es más, su afirmación de que su imagen positiva está entre el 48% y el 52% fue una demostración de su falta de contacto con aquella parte de la realidad que le es adversa. Las encuestas de las consultoras contratadas por el Gobierno tienen números que lo dan, en el mejor de los casos, veinte puntos por debajo de esos porcentajes.
Esto lo saben también todos los funcionarios del Gobierno: los más cercanos y los más lejanos. No obstante, ninguno se atreve a decírselo al matrimonio presidencial. Todos saben que a quien lo hiciera le aguardaría el sinsabor del ninguneo y un horizonte de renuncia inexorable. “Si no, que le pregunten a Ocaña”, confesaba en voz muy baja un hombre del Gobierno que también calla cuando está frente Cristina y a Néstor Kirchner. .
Ya con el presente navideño que le hizo el juez federal Norberto Oyarbide, consistente en apresurado sobreseimiento en la causa vinculada al espectacular incremento patrimonial, el matrimonio presidencial se sintió lo suficientemente liberado como para compartir una cena de fin de año con uno de los empresarios más beneficiados durante la administración de los Kirchner: Lázaro Báez, el hombre que de ser empleado del Banco de Santa Cruz, en 1991, pasó a ser dueño de hoteles, medios de comunicación y adjudicatario de importantes obras públicas en la Patagonia. A buen entendedor, pocas palabras.
Sólo la falta de una Justicia verdaderamente independiente en la provincia de Santa Cruz permite explicar que la sociedad tácita existente entre el matrimonio presidencial y Báez siga inconmovible.
Otra cosa, en cambio, sucede con la Corte Suprema, cuya independencia los Kirchner lamentan.
En este sentido, los últimos hechos que incluyen las fuertes críticas por el episodio de desobediencia al juez laboral José Sudera protagonizado por el jefe de gabinete, Aníbal Fernández; los cuestionamientos al jefe de peritos contables de la Corte, quien firmó el dictamen que abrió las puertas al presuroso sobreseimiento del matrimonio presidencial en la causa relacionada con el aumento impresionante de su patrimonio; y la exigencia a la Presidenta para que explique por qué autorizó el pago de deuda externa con reservas del Banco Central, algo que no está permitido por ley, han alarmado y perturbado al Gobierno, cuyo enojo motivó las declaraciones del ex jefe de Gabinete, Alberto Fernández, quien dijo textualmente: “Me apena mucho escuchar a la Presidenta diciéndoles a los jueces que no se dejen presionar, presionándolos”.
Eduardo Duhalde será otro de los protagonistas políticos del verano. Sus contactos con los barones justicialistas del Conurbano bonaerense son crecientes. Serán el objeto que más se habrán de disputar él y Kirchner. La situación de muchos intendentes es realmente difícil.
Han perdido mucho poder en sus respectivos municipios como consecuencia de haber acompañado al ex presidente en funciones en su desastrosa campaña electoral de junio pasado y en su escandaloso engendro de las candidaturas testimoniales. Muchos han perdido poder político dentro de los concejos deliberantes y esto pone en riesgo seriamente tanto su dominio, como así también su poder político territorial.
Por lo tanto, han decidido cobijarse bajo el ala de Duhalde, a quien han tomado como tabla de salvación. Dialogan con él casi a diario. En esas conversaciones hablan pestes de los Kirchner. Duhalde los escucha y les pide que ni se les ocurra levantar la voz. De hacerlo, la represalia K sería terrible.
Una fuente que conoce el justicialismo al dedillo describía así a la situación: “El apresuramiento de Duhalde tuvo un motivo: no quiso dejarle la cancha libre a Néstor Kirchner para que manipulara el justicialismo de la provincia a su antojo”.
La imagen del ex presidente en funciones es mala. La de Duhalde, peor. Pero lo cierto es que al interior del justicialismo bonaerense, su irrupción en el escenario político ha sacudido el panorama bonaerense y, en especial, el del Conurbano.
Como se dijo, son varios los intendentes que, en lo íntimo, han celebrado la vuelta al ruedo de quien supo ser caudillo en esas atribuladas comarcas. “Es cierto, la imagen es mala pero trabajaremos para mejorarla; los juicios contra Carrió y D’Elía, por las acusaciones que ambos le hicieron referidas a su vinculación con el narcotráfico, han sido parte de esa estrategia”, explicaba un dirigente del peronismo que habrá de hacer campaña al lado del ex presidente.
Lo que todavía no está claro es qué papel van a jugar Francisco de Narváez y Felipe Solá. En uno de los reportajes que concedió Duhalde en los últimos días de 2009, reveló algo que era prácticamente desconocido: en aquellos días intensos de su breve presidencia, cuando desesperaba por encontrar un candidato que pudiera vencer a Carlos Menem, una de las opciones fue la del entonces gobernador Solá, quien declinó la oferta.
En el medio de este torbellino está Daniel Scioli. Nadie sabe bien hacia donde irá; “él tampoco”, reconoce alguien de su cercanía. Las humillaciones a las que lo sigue sometiendo Néstor Kirchner no acaban nunca. La última fue el par de modificaciones que el ex presidente en funciones hizo introducir en la Ley de Reforma Política de la provincia de Buenos Aires. Las finanzas del primer Estado hacen agua. Néstor Kirchner ya ha hecho saber que se encargará de que la sangre no llegue al río. Lo hará, claro está, a su manera; es decir, a último momento, con el agua al cuello. “Néstor no puede darse el lujo de que la provincia se incendie, ahora que él es uno de sus representantes en el Congreso”, afirmaba alguien con despacho en Balcarce 50.
Scioli también estará ocupado con la campaña. Sería bueno, sin embargo, que dedicara la mayoría de su tiempo a gobernar. La inseguridad nuestra de cada día ya se cobró una vida en el comienzo de año en La Matanza. El gobernador tiene un menudo problema con la Policía Bonaerense. Las declaraciones suyas y del ministro Carlos Stornelli, señalando que desde que se había denunciado un complot policial para desestabilizar a su Gobierno el delito había disminuido, ha puesto en jaque a toda la institución y ha significado, en los hechos, una contradicción que ha torpedeado los cimientos de su política de seguridad basada, equivocadamente, en darle más poder a la Policía.
Por su parte, Carlos Reutemann sigue caminando la provincia de Santa Fe y hablando con gente del justicialismo. Tiene buen diálogo con Felipe Solá y con Francisco de Narváez. No se habla con la senadora Hilda González de Duhalde ni con su esposo, a quien le seguirá contestando por los diarios.
Antes de hacer algún anuncio, el ex piloto de Fórmula 1, que competirá en la interna del PJ por la candidatura a presidente, quiere ver cómo se para el Gobierno a partir de marzo y cómo van a estar las cosas con el campo. En el sector, su imagen sigue creciendo y, mucho más aún después de la decisión del gobernador de Santa Fe, Hermes Binner, de aumentar la alícuota del impuesto inmobiliario rural y de apoyar la continuidad de las retenciones.
Reutemann está convencido de que un vez que él se lance, Duhalde se hará a un costado.
El caliente verano porteño tendrá a las espadas de la política ocupadas. La Presidenta ya ha hecho saber que quiere tener a sus ministros a mano para enfrentar los embates de la oposición que, por otro lado, no quiere dejar que el Gobierno los sorprenda, como ocurrió durante el interregno de seis meses que fue desde fin de junio hasta el 10 de diciembre.
En los bloques opositores han acordado que buscarán consensuar posiciones en torno a temas puntuales. Es una idea que se viene trabajando desde un mes antes de la asunción de los nuevos legisladores. El Consejo de la Magistratura y el INDEK encabezan la lista.
En la Coalición Cívica, en particular, han trabajado arduamente para convencer a Elisa Carrió de la necesidad de demostrar aptitud para generar acuerdos sólidos y con efectos concretos, tal como ocurrió en la sesión preparatoria del 3 de diciembre último. Su relación con la UCR es buena y, desde el punto de vista personal, la mejor química la tiene con los senadores Gerardo Morales y Ernesto Sanz, y con el diputado Ricardo Alfonsín.
Julio Cobos también está activo. Su voz se hará escuchar con mayor asiduidad. No callará ante ninguno de los temas en los que esté en desacuerdo con el Gobierno del cual, formalmente, aún forma parte. No buscará ningún acuerdo electoral con Eduardo Duhalde, tal como lo expresó en un reportaje en el día de ayer. Sí, en cambio, está hablando con Francisco de Narváez.
El vicepresidente ya no oculta su intención de ser candidato a la presidencia en 2011 por la Unión Cívica Radical. Al día de hoy, para que esto se concrete, existe un impedimento que, llegado el caso, seguramente se solucionará, ya que a Cobos le levantaron la sanción por la cual se lo expulsó del partido, pero no se lo reafilió. Para que ésto suceda deberá cumplir con un requisito: renunciar a la vicepresidencia.
Así ha empezado el año en la crispada Argentina del Bicentenario. Hace cien años, nuestro país y los Estados Unidos eran consideradas las dos potencias de América.
Para la sociedad argentina, pues, estos últimos cien años han constituido la crónica de un fracaso. ¿Habrá capacidad en nuestra dirigencia –y no sólo de la política– de aprender de la historia a fin de no repetir otros cien años de frustraciones?
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