martes, 22 de diciembre de 2009

Los Kirchner no pueden conducir al país sin andar repartiendo trompadas mediáticas

Por Pepe Eliaschev


Siguen los castigos. No son físicos, desde ya, pero son reiterados, sistemáticos y se han hecho casi naturales. No pasa una semana sin que el Gobierno invierta una dosis fenomenal de sus energías en “pegarle” a su numeroso elenco de enemigos, o –mejor- a lo que ellos perciben como sus enemigos.

Un recorrido de siete días: los jueces, los Estados Unidos, el periodismo, los piqueteros autónomos del Gobierno fueron apenas los cuatro blancos fijos a los que apuntó el arsenal kirchnerista en estos días previos a la Navidad.

El gobierno de los Kirchner castiga y luego existe, ése es su lema. No sabe (¿no puede? ¿no quiere?) conducir al país sin andar repartiendo trompadas mediáticas todo el tiempo. ¿Por qué lo hace?

En principio, el matrimonio presidencial considera que su escenario principal es el de las tomas de posición en el campo de la cháchara dialéctica. Al igual que sus cofrades de los años ´70, los Kirchner entienden desde 2003 que la “pelea ideológica” debe ser dada las 24 horas de los 365 días del año.


Lo de “matrimonio presidencial” no es una difamación. Esta semana, como ya es norma casi permanente, el diputado Néstor Kirchner viajó en gira partidaria a Corrientes a bordo de un avión de la Fuerza Aérea Argentina y llevándose como chico de los mandados a José López, el aparentemente monacal secretario de Obras Públicas desde que empezó el gobierno del matrimonio.

No hubo ni siquiera maquillaje. Diputado por una provincia, Néstor Kirchner procede como si nunca hubiera abandonado la presidencia. Es que nunca se fue. Él se maneja con los aires, el protocolo y -sobre todo- las efectividades conducentes de un jefe de estado.

Pero al margen de estos desfachatados ejercicios de poder directamente ilegal, lo importante es que no termina el festival de enojos de los Kirchner. El caso del sindicato de asistentes de vuelo, pequeño pero absurda y desmesuradamente influyente, es ilustrativo.

Manejado desde hace años por la embajadora de los Kirchner ante el gobierno de Hugo Chávez, Alicia Castro, el sindicato fue a elecciones y en ellas perdió el oficialismo. Se demostró que hubo fraude, pero ante la requisitoria judicial, los que lo manejaban se negaron a aceptar el amparo del juez a los ganadores inhabilitados por el oficialismo. Notificado, el Gobierno bloqueó la medida judicial, alegando que no era constitucional.

Dicho y hecho. La Casa Rosada ordenó a la Policía Federal que no prestara asistencia a la justicia. ¿Resultado? El sindicato de Alicia Castro sigue en manos de la conducción perdidosa y acusada de fraudulenta, pero -eso sí- con intervención directa del Poder Ejecutivo.

La reacción de la Presidenta fue proverbial. Tras permitir que su gobierno desoyera la medida judicial, se subió a su atril y horas atrás, desde La Pampa, zamarreó a los jueces que, según ella, son vulnerables al “poder económico”.

Otro capítulo de la agresividad permanente del Gobierno fue el de la visita del flamante encargado de América Latina en el gobierno de los Estados Unidos. Como parte de su recorrido por países de América Latina, Arturo Valenzuela estuvo 48 horas en Buenos Aires. Tras recibir a un grupo de ejecutivos de empresas norteamericanas, Valenzuela le dijo a la prensa que escuchó quejas de que en la Argentina hay escasa seguridad jurídica para las inversiones. Solo lo mencionó, y no como una opinión oficial, nada más. ¡Para qué!

En el Gobierno pensaron que se trató de una (nueva) ofensiva del imperialismo yanqui contra el gobierno nacional y popular. Hicieron fila para pegarle al gobierno de Barack Obama y en esa tarea se encolumnaron Florencio Randazzo, Aníbal Fernández (que no deja pasar un solo día sin abrir la boca ante los micrófonos), Jorge Taiana y el propio embajador kirchnerista ante la Casa Blanca, Héctor Timerman.

Nuevamente, un episodio irrelevante y condenado a esfumarse, fue potenciado por la reacción neurasténica del Gobierno, que lo convirtió en causa nacional.

La diferencia de conductas con Brasil impresiona y deprime. Mientras el gobierno de los Kirchner fatigaba los medios para pegarle a los Estados Unidos, en la cumbre mundial de Copenhague sobre el cambio climático, esta misma semana, se sentaron a la mesa grande de las decisiones globales, uno al lado del otro, los presidentes Barack Obama y el brasileño Luiz Inacio Lula da Silva, hombro a hombro, junto a los líderes de China y la India.


La Argentina, para variar, juega a victimizarse como eterna perseguida, mientras los países grandes protestan menos y se dedican en cambio a crecer en serio.

En el caso de los piqueteros de Barrios de Pie, la organización de superficie de Libres del Sur, se reprodujo este mecanismo de palabrerío. El Gobierno legitimó durante años la ocupación del espacio público y bendijo la pulseada negociadora para entregar recursos a los pobres. Ahora habla de “extorsión”, aun cuando desde 2003 viene homologando el mismo mecanismo.

Claro que cuando lo que se convierte en sistema y permite anudar clientelismos infalibles, funciona bien, no se lo critica, pero si los candidatos a “clientes” procuran autonomía, entonces se convierten en “extorsionistas”.


Con el periodismo, no hay cambios. Para los Kirchner es el enemigo central y ellos se esfuerzan para ratificar esa obsesión.

Ya no es noticia que Néstor y Cristina Kirchner se consagren a vituperar, sin cansarse, a los medios, aunque esta semana previa a la Navidad, les trajo un par de malas novedades, incluyendo el freno judicial a la medida oficial de deshacer a la empresa CableVisión del Grupo Clarín.

Además, la nueva “autoridad” oficial de medios sigue confrontando problemas delicados en sui conformación, al margen de que por ahora solo esta integrada por el oficialismo.

Los enojos del Gobierno confirman la impronta que lo identifica desde 2003. Abroquelado en su mesa chica con la recargada alianza con Hugo Moyano y un puñado de intendentes bonaerenses, el oficialismo se apronta a celebrar su séptima Nochebuena en el poder, más irritado y aislado que nunca. No es un buen augurio.

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