Por Vicente Massot y Agustín Monteverde
La reforma política adelantada por Néstor Kirchner no le asegura a su impulsor, ni mucho menos, una de las cosas que él más desea: la candidatura presidencial del Partido Justicialista. Pero, en cambio, le permitirá dejar abierta la cuestión hasta mediados del 2011.
Las internas simultáneas y obligatorias para todos los partidos se llevarán a cabo recién en agosto de aquel año, dos meses antes de las elecciones generales convocadas para elegir al reemplazante de Cristina Fernández. Siendo éste el caso, podrán proliferar candidatos potenciales, ninguno de los cuales tendrá el derecho de arrogarse esa condición hasta tanto se haya sometido a las mencionadas internas.
Hay motivos serios para creer que cuando el santacruceño forjó la estrategia electoral pensando en el 2011, lo hizo privilegiando este aspecto —el de congelar las candidaturas definitivas hasta los 60 días previos a los comicios presidenciales— al otro que ha sido materia de un sinfín de comentarios y parece el más importante, sin serlo realmente: facilitarle al marido de la actual Presidente la posibilidad de ser él o su mujer, nuevamente, los encargados de encabezar la boleta del PJ.
La reforma de marras abrirá un compás de espera que no borrará del mapa las aspiraciones de Julio Cobos, Carlos Reutemann, Mauricio Macri, Francisco de Narváez y Elisa Carrió, de sentarse en el sillón de Rivadavia, pero el derrotero que seguirán de ahora en más, en punto a la cuestión, habrá que ponerlo entre paréntesis.
Antes, cualquiera de ellos habría podido proclamarse candidato sin mayores objeciones del resto y sin que la ley tuviese algo que reclamarles. Ahora las cosas amenazan cambiar de un modo serio. Se ha producido un verdadero giro que no ata de pies y manos a los principales anotados en la puja, aunque limita y dificulta sus movimientos.
Esto probaría cuanto hemos dicho en reiteradas oportunidades respecto de cuál es el principal móvil del político patagónico. Sin descartar la posibilidad de que realmente esté convencido de las chances que le asisten, lo cierto es que de su deseo de vertebrar a la propia tropa, cohesionarla y reconstruir el poder que le queda para llegar de la mejor manera al 2011, no hay dudas.
Si Kirchner y su mujer realmente piensan que pueden ganar de acá a dos años es algo que sólo ellos conocen y, en todo caso, tanta agua correrá bajo los puentes hasta entonces que la incógnita podrá revelarse mucho más adelante. Hoy la prioridad es otra, a saber: preservar la gobernabilidad. En ese orden, ponerle paños fríos a la carrera presidencial de los distintos precandidatos resulta esencial.
Cabría decir, sin temor a extraviarnos en el análisis, que las condiciones necesarias para lograr el objetivo antedicho son, básicamente, tres: la primera ya fue explicada. La segunda tiene que ver con la recuperación de los espacios públicos de manos de las fuerzas de izquierda que luego de seis años le han planteado al gobierno un desafío de no poca monta. Por eso durante la semana anterior el respaldo a Hugo Moyano, a expensas de otros gremialistas, fue inequívoco.
Necesitamos, dijo Cristina Fernández, sindicatos fuertes en obvia referencia al que lidera el camionero y en desmedro de sus enemigos. Deberemos acostumbrarnos a ver, pues, a Moyano secundado por Luis D’Elía y Emilio Pérsico conformando una avanzada gubernamental cuyo propósito específico será detener la ofensiva de las agrupaciones clasistas y combativas.
La tercera condición necesaria, Kirchner ya ha logrado completarla. Se ha asegurado desde su derrota en junio la aprobación de un manojo de leyes esenciales, sin las cuales la administración de su mujer habría quedado a merced de sus opugnadores y de una serie de circunstancias que no dependen de su voluntad. Las victorias que ha cosechado, una tras otra, en las dos cámaras del Congreso, le otorgan una ventaja, sin que las amenazas ya anunciadas por los opositores le preocupen demasiado. Para eso se reservan los Kirchner la prerrogativa del veto presidencial cuya implementación Agustín Rossi ha anticipado no sin cierto descaro.
El santacruceño tiene la idea fija de que su derrota frente al campo y el posterior revés en los comicios legislativos de mediados de año fueron menos causados por sus errores que por una suerte de complot en donde el papel de los medios opositores resultó fundamental. Si pudiese, clausuraría o trataría de amordazar a los dos principales matutinos del país, Clarín y La Nación, y otro tanto haría con algunas de las principales estaciones de televisión porteñas.
Claro que como su poder no es ni por asomo de la envergadura del de su amigo caribeño, Hugo Chávez, y, además, como la sociedad argentina es bien distinta de la venezolana, sus tácticas en la materia no pueden ser tan descaradas ni tan discrecionales como las del autotitulado socialista del siglo XXI. Al menos por ahora.
No significa, lo expresado antes, que vaya a llamarse a silencio o a descontinuar su arremetida contra los diarios a los cuales más odia y culpa de sus desventuras. Simplemente obrará con arreglo a una estrategia de aproximación indirecta. La forma como intenta cercar a Papel Prensa es un ejemplo superlativo. Al carecer de las facultades para entrar a saco en esa empresa, a semejanza de lo que hace a diario Chávez con la prensa opositora, Kirchner ha decidido llevarle un ataque detrás de otro, por ahora con denuncias que buscan desgastarla.
Tiene a su disposición una batería de medidas que, oportunamente, podría enderezar contra aquella. No sería de extrañar, entonces, que en el curso del año y principios del venidero el santacruceño impulse alguna acción gremial a costas de la fábrica mencionada o decida fogonear alguna acción con base en argumentos ambientalistas, más allá de las inspecciones de la AFIP.
Sin embargo, cuánto parece no entender que, por mucho que mueva hostilidades contra la papelera, con el propósito desembozado de hacer blanco en Clarín y La Nación, sus problemas de imagen ante la opinión pública —que también son los de su mujer— no resultan fruto de una conspiración mediática. Aun en el supuesto de que lograse doblegar a esos diarios —cosa difícil, por cierto—con lo que se encontraría de todas maneras a la hora de recoger los despojos de sus víctimas es con un triunfo táctico y pasajero al mismo tiempo. Porque cuanto conseguiría es haberle tapado la boca al mensajero.
El mensaje, en cambio, seguiría existiendo aun cuando el diario de la señora de Noble y el de los Saguier fuesen silenciados. El tema de fondo es el hartazgo de la mayor parte de la sociedad argentina con el matrimonio gobernante, reflejado no sólo en los pasados comicios del mes de junio sino en cuanta encuesta seria se consulte.
La indignación de uno de los familiares de la maestra alevosamente asesinada en la localidad de Derqui y la escalada verbal que, en su desesperación, ensayó contra Cristina Fernández no las inventaron Clarín o La Nación.
Los improperios de ese señor, vertidos a expensas de la Presidente, reflejan un sentimiento mucho más generalizado de lo que los habitantes de la Quinta de Olivos suponen, y, tal como se vienen desarrollando los acontecimientos, no sería sorprendente que, tarde o temprano, hubiese en algún lugar del Gran Buenos Aires una algarada popular o algo por el estilo como reacción ante la incapacidad de las autoridades de ponerle coto a la ola de crímenes que azota el país.
Las condiciones necesarias para que la administración kirchnerista complete en tiempo y forma el período para el cual fue electa Cristina Fernández parecen estar dadas. Las condiciones suficientes siguen brillando por su ausencia. Eso es lo más grave.
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