martes, 24 de noviembre de 2009

Tal vez pertenece a la derecha pero todavía no se dio cuenta.

Por Rolando Hanglin


El señor González supo tener casa, mujer, auto e hijos. Después, el divorcio lo dejó en calzoncillos. Ahora vive solo en un departamento alquilado, donde sopla el viento de Siberia. Desde que le ocurrieron estas cosas, se ha convertido en un hombre de derecha.

Considera que el divorcio es una maldición. Las parejas duraban más y mejor cuando se comprometían para toda la vida. Los hijos se criaban felices y derechitos. Imperaba la obediencia. Resplandecía la familia. Los hijos respetaban a los padres.

En materia de trabajo y negocios, el señor González está un poco desilusionado porque fue esquilmado varias veces por el Estado argentino: le tocó sobrellevar el Rodrigazo, hiperinflación 1, hiperinflación 2, el corralito, el corralón...y hasta tuvo la mala suerte de que estatizaran las AFJP, justo cuando había depositado voluntariamente unos 100.000 dólares que nunca volverán. Ahora sólo confía en el trabajo duro y el ahorro en efectivo.

El señor González está muy angustiado por su seguridad y la de su familia. Tuvo una tienda en Flores: lo asaltaron tres veces y una de ellas le gatillaron el revólver en la sien. Por fortuna, la bala no salió. En distintos hechos le han robado de todo: el auto, el celular, la laptop, la billetera y hasta una bicicleta. En su círculo de amigos y parientes hay relatos diarios de asaltos, asesinatos, violaciones, secuestros.

Experimenta -como suele decirse ahora- una pavorosa "sensación de inseguridad". La misma que han de sentir los condenados ante el pelotón o las vacas, atropellándose por la manga hacia el matadero. Ha dejado atrás las ilusiones de su juventud (peronismo, socialismo, nacionalismo, radicalismo, marxismo, Flower Power) y ahora sólo anhela una Justicia rápida y severísima, una Policía de mano dura y un país provisto de cárceles. Grandes, espaciosas, civilizadas y sobre todo seguras, en el sentido que los criminales no puedan escapar hasta que hayan purgado sus condenas, que en delitos graves (asalto con armas, homicidio, violación) deberían ser de por vida.

A medida que pasan los años, el señor González ha ido elevando a un altar a todos aquellos hombres que han inspirado temor en los enemigos de la ley y el orden, a como dé lugar. Sin embargo no está incurso en el militarismo: tiene un primo desaparecido y perdió un hermano en la Guerra de las Malvinas, de manera que les bajó la persiana para siempre. Para él, las Fuerzas Armadas son "los milicos" y hace años que no cree en nada de lo que digan. Tampoco cree ni media palabra de los anuncios, proclamas, promesas y juramentos de ningún político.

Puede decirse que el país, con sus auges y decadencias, construyó paulatinamente las ideas de González: ahora piensa -incluso- que el derecho de huelga no debería existir para los gremios de estricto servicio público, como los docentes, los transportistas, los médicos, los policías, enfermeras.

González siente poca simpatía por las villas y los villeros. Cuando ve que el Estado se propone "urbanizar" las miserables barriadas, otorgando a cada ocupante el título de propiedad de una casa que no compró, siente el gusto de la bilis en la garganta. Todo vale. Todo cuesta. Todo se paga. ¿Cómo puede haber propietarios que no compraron lo suyo? Al señor González le parece injusto: piensa que equivale a alentar la usurpación, masiva y por la fuerza, de casas y tierras. A la larga, sospecha que el Estado otorgará un certificado legal por todos y cada uno de los bienes robados.

El señor González considera que ser homosexual no es un mérito. Sólo una condición humana (eterna, verificable en todo lugar y tiempo de la historia) por la cual nadie debe ser perseguido, pero tampoco premiado con medalla de oro. El señor González considera que la mayoría es normal, y usa la palabra "normal".

El señor González juzga que no es bueno encontrar las calles, las rutas y los puentes cortados por manifestantes con el rostro enmascarado y garrotes amenazadores. Considera que esos manifestantes son treinta gatos que no representan a nadie.

Debería concurrir la policía a barrerlos con un camión hidrante y, si se resisten, mal no les vendría una buena tunda. No el paredón de Fidel Castro y el Che Guevara, no: sólo un par de empujones para que salgan del paso. Los ciudadanos tienen el derecho esencial de circular libremente por el territorio argentino, para trabajar, para visitar al cuñado o para mirar el paisaje. Debe garantizarse ese derecho, opina González.

El señor Gonzalez está espantado por los homicidios, asaltos y violaciones que cometen muchachitos de 12, 13 y 14 años. Considera que se les debe dar un castigo igual al de los mayores, ya que sus crímenes son propios de adultos. Si la policía estuviera atenta y vigilante, actuando sin complejos y sin pactos oscuros en todas las cuadras de cada ciudad, estas desgracias no sucederían, suele decir González.

El señor González considera que los niños deben ir a la escuela todos los días.

El señor González opina que los adolescentes deben ser tratados con más rigor, en los colegios secundarios donde actualmente organizan "tomas revolucionarias", "campings solidarios", "viajes de egresados-alcohol-drogas", "jornadas de reflexión libres de todo estudio", o le prenden fuego al pelo de la profesora de Geometría.

El señor González estaría más contento si se pronunciaran menos palabrotas por radio, por televisión, en las revistas, y especialmente en boca de grandes referentes nacionales como Maradona o Reutemann.

El señor González admira la civilización americana, es decir el American Way of Life. Todo lo que inventaron los yanquis lo maravilla. El ascensor del señor Otis, la navajita del señor Gillette, los neumáticos del señor Goodyear, los autos del señor Ford, las películas de John Wayne, y le gusta ver a Marilyn Monroe cantando "Happy Birthday, Mr. President..."

El señor González no es partidario de la legalización del aborto, la despenalización de las drogas ni el matrimonio gay. Está lejos de aplaudir una guerra santa contra estas causas. Pero no le gustan. Ni un poquito.

El señor González no es muy creyente. Se crió en una familia católica, judía, o islámica. Pero la vida lo ha hecho un poco escéptico. Sin embargo, respeta a las iglesias. Todos los credos le parecen una forma de encaminar al hombre hacia los buenos instintos. Todos. Los umbanda, los pentecostales, los kabalistas, le parecen dignos del mayor respeto. Son también una expresión de autoridad espiritual, y el señor González añora la autoridad. Por eso prefiere la misa en latín.

González cree en los hombres de negocios, en los triunfadores, en los pioneros, en los jueces incorruptibles, en la ley y el orden, en el campo argentino y su capacidad inagotable, en el mérito de un trabajo bien hecho. Opina que los hombres pueden nacer en la miseria y criarse en la exclusión, para después alcanzar la fortuna y el éxito, a base de trabajo y ahorro.

En cuanto a Israel e Irán, el señor González no tiene dudas. Está a favor de Israel, de acá a la China. Primero, porque siempre admiró a esa nación valiente, progresista y culta. Segundo, porque Israel nunca nos puso ninguna bomba. Tercero, porque los judíos son parte constitutiva del tejido étnico argentino. González tiene amigos, compañeros de colegio, cuñados y médicos judíos. En cuanto a los iraníes, sólo los conoce por la tétrica imagen del Ayatollah Khomeini y dos atentados sangrientos. No se comportan como amigos.

El señor González cree firmemente en la propiedad privada.

Y usted, amigo lector: ¿Es como el señor González, un hombre de derecha? Tal vez pertenece a la derecha pero todavía no se dio cuenta...

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