Los Kirchner le siguen sacando provecho al Congreso. Logran leyes que les garantizan hasta el 2011 poderes discrecionales y fondos. La reforma política está al caer. Ese embate desencadenó coincidencias opositoras. Prometen una dura lucha con los nuevos diputados.
Por Eduardo van der Kooy
Hay todavía una beligerancia subterránea. El kirchnerismo le sigue enrostrando a la oposición sus trofeos de guerra. "No hagan números. No van a tener los diputados que creen", advirtió Agustín Rossi, el jefe del bloque oficial, a un dirigente opositor que negocia con él la distribución de cargos y comisiones en el Congreso que viene.
Lo dejó pálido con una precisión: "Preguntá con quién estuvo almorzando Néstor Kirchner". Por la residencia de Olivos pasó Walter Wayar, vicegobernador de Salta durante doce años, diputado electo y hombre que alguna vez merodeó al caudillo Juan Carlos Romero.
Los peronistas no kirchneristas contaban a Wayar como integrante de la mayoría heterogénea que a partir de esta semana tendrá la oposición en la Cámara de Diputados. Por ahora no lo cuentan. Los bloques opositores también se dieron un gusto: la diputada Graciela Camaño abandonó el Frente para la Victoria y armará un núcleo propio, con tres o cuatro legisladores (¿los chubutenses?), que estará cerca de aquellos federales. Pero su partida fue estruendosa: sostuvo que no podría permanecer en un oficialismo inundado por la corrupción.
Los Kirchner intentan disimularlo aunque presumen que un tiempo político distinto se avecina. Las huellas de aquella presunción fueron nítidas en la última semana. El ex presidente aludió con imprecisión al pueblo en las calles cuando denunció la supuesta intención opositora de limitarle al kirchnerismo el poder parlamentario. El pueblo es sobre todo, bajo aquella lupa, el sindicalismo de Hugo Moyano y algunas organizaciones piqueteras. No pareció, por cierto, un mensaje tranquilizador.
El matrimonio se apoderó además, con el apuntalamiento del Senado, de varias herramientas que le aseguran facultades discrecionales y acceso a fondos millonarios sin la obligación de someterse a futuro, a los cabildeos del Congreso.
Gozará, por ejemplo, de la emergencia económica hasta el 2011 luego de que la economía creciera durante seis años a tasas asiáticas. Un incordio que nunca podrán explicar. Un decreto de necesidad y urgencia de Cristina le permitió apropiarse al Gobierno de otros $ 24 mil millones. Sólo una parte de ese monto se destinará al adicional otorgado a los jubilados que cobran la suma mínima.
En ese remedio buscado con denuedo por los Kirchner para sobrellevar los próximos tiempos podría esconderse quizá su propia desgracia. ¿Por qué? La conducta matrimonial desde el 28 de junio, cuando perdió las elecciones, fue incubando una fatiga evidente en la oposición. La prepotencia del último mes podría estar acercando a esos adversarios a un milagro: los puntos de vista coincidentes y mayoritarios.
El primero de ellos tiene relación con la lectura política. La UCR, el PJ Federal, el PRO, el Socialismo y la Coalición entienden que la sociedad necesita de parte de ellos una rápida señal de que aquella victoria de junio no fue un espejismo. La impaciencia social es perceptible en la calle y los estudios de opinión pública muestran un desbarranco de los Kirchner, pero también una marcada caída de la consideración opositora.
El nudo de la cuestión es cuál podría ser aquella señal convincente. La totalidad de la oposición convino en que las futuras comisiones parlamentarias deberán representar las proporciones surgidas de las urnas: 63% para la oposición y 37% para el oficialismo. El kirchnerismo está plantado: no aceptaría esas proporciones.
Menos todavía, ceder las mayorías en tres comisiones que estiman clave para la gobernabilidad: las de Presupuesto, Asuntos Constitucionales y Relaciones Exteriores. "Le garantizamos la jefatura de esas comisiones pero no la mayoría", le comunicaron a Rossi. El diputado santafesino resiste, porque el que resiste es Kirchner.
La oposición logró acordar también otra cosa. No aceptarán el próximo jueves que la designación de autoridades se haga al margen de la integración de las comisiones. "O se soluciona el paquete entero o se pudre todo", advirtió un peronista no kirchnerista. Le temen a una jugarreta: que el kirchnerismo imponga de nuevo a Eduardo Fellner como titular de la Cámara y de inmediato llame a un cuarto intermedio. Ese paréntesis podría concluir recién en marzo. Si eso ocurriera, la oposición habría dilapidado, como después de junio, otra oportunidad política.
Los Kirchner no estaban dispuestos hasta anoche a esas concesiones. Tanta rigidez podría desembocar en dos situaciones: que antes de lo previsto se instale en la Argentina un conflicto de poderes; que la oposición redoble su apuesta y avance también sobre la presidencia de la Cámara. El paso no tendría todavía, en esas comarcas, el peso de la unanimidad.
Felipe Solá y Mauricio Macri fueron pioneros de la propuesta. El ex gobernador colaboró mucho para esta amalgama frágil en el arco opositor. El radicalismo va y viene. Se aferra, por momentos, al principio de que el timón de Diputados corresponde a la primera minoría. La primera minoría sigue siendo el kirchnerismo.
Pero Oscar Aguad, el jefe del bloque, y Ernesto Sanz, el próximo titular del Comité Nacional, piensan que los Kirchner se pasaron en el maltrato a la oposición y en la burla a las normas políticas escritas y de hecho. "Si ellos no aceptan la proporcionalidad en las comisiones, ¿por qué nosotros deberíamos respetar las tradiciones políticas?", se preguntan. En la Coalición Cívica existen opiniones divididas. Elisa Carrió alecciona: "Las comisiones", repite secamente. Los socialistas y algunos grupos del centroizquierda aún vacilan.
Habrá que ver si, finalmente, se llega a ese punto límite. Pero pareciera claro que la intransigencia kirchnerista de estos meses convirtió al Congreso en la meca de la oposición.
Fuera de ese templo las cosas son menos armónicas: la trilogía de Macri, Solá y Francisco De Narváez, que sirvió para batir a los Kirchner en Buenos Aires, acaba de desmembrarse. Solá y De Narváez, según lo conversaron la semana pasada, seguirán sus propios rumbos con la proa enfilada a las presidenciales.
El divorcio colocaría al jefe de Gobierno porteño en otro brete. De Narváez constituye su único anclaje posible en Buenos Aires. Pero el empresario electo diputado juega a varias puntas. Ve, por distintos episodios, una declinación en las potencialidades políticas de Macri. Se entusiasma con la idea de participar en las internas abiertas del PJ para desafiar a Kirchner y mantiene línea abierta con Eduardo Duhalde. El ex presidente anda en otras maquinaciones: quizás un armado radical-peronista donde el candidato encumbrado sería Julio Cobos.
Kirchner replica a esa variedad de insinuaciones atizando la posibilidad de su candidatura. "Gobernaremos hasta el 2015", profetizó. ¿El mismo, Cristina o, tal vez, un delfín? Un ministro que, de tanto en tanto, tiene fugas de sinceridad dice: "Néstor sabe que no puede. Pero con su estilo y con las internas abiertas aseguradas tendrá la discusión silenciada en el PJ todo el año que viene. Eso la ayudará a Cristina", explica.
Nadie sabe, con certeza, si el ex presidente está convencido de aquella imposibilidad. Existen evidencias, en cambio, de que ya no pugna por reconquistar a una mayoría social que tuvo y que lo abandonó. Cada cosa que omiten, hacen y dicen los Kirchner tiende a aislarlos y a circunscribirlos, con exclusividad, al universo de Hugo Moyano, de Guillermo Moreno, de Luis D'Elía y del peronismo del conurbano bonaerense.
El silencio del matrimonio lastima, por ejemplo, frente al problema de la inseguridad que no cesa. Se multiplican las alarmas: los dos últimos asesinatos en el conurbano tuvieron por víctimas a mujeres de condición media, profesionales sin ninguna ostentación. Los victimarios fueron grupos de menores desaforados. Aquel silencio trasunta también impotencia.
Moyano se prestó la semana pasada a bravear contra la Corte Suprema. Los jueces del Tribunal tienen dos fallos en ciernes sobre libertad de afiliación gremial que ratificarían otro similar del año último. La CGT no quiere la libertad de agremiación. La CTA la respalda. Los Kirchner están atados al líder camionero pero la creciente insatisfacción social los induce a ser permisivos con sindicatos de la izquierda. Es el caso del conflicto con los subtes. Sobre esas aguas caldeadas navega el matrimonio.
Moreno se ocupa de los medios de comunicación. El secretario de Comercio va preparando el camino para la intervención de Papel Prensa, la empresa productora de papel para diarios. En esa preparación provoca desmanes. Lo acopló a su tarea a Amado Boudou. El ministro de Economía parece obligado a escuchar las cosas que Moreno no quiere.
Eduardo Hecker, el renunciante titular de la Comisión Nacional de Valores, apaleó al ministro antes de partir. "No me pidan cosas que no se pueden hacer. ¿Por qué no le pedís a Moreno que observe los balances de Papel Prensa?", le preguntó. "Estas cosas se hacen con seriedad o no se hacen. Dicten la expropiación e indemnicen. Como hizo Chávez (Hugo)", aconsejó. Boudou apenas habló para despedirlo.
Los Kirchner envalentonan a Moreno desenrrollando su pensamiento tumefacto sobre el periodismo. Ese pensamiento vuelve siempre sobre el pasado y elude el presente. Quizá porque ese presente es incómodo.
Sus referencias a la dictadura y a los derechos humanos son incesantes, reiterativas, tal vez envanecidas. Corren riesgo de convertir una virtud indiscutida de sus mejores tiempos en bastardeo de la declinación.
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