Por Ernesto Tenembaum
Todo empezó el mismísimo último lunes de junio. Renunció Graciela Ocaña al Ministerio de Salud y declararon la emergencia sanitaria. Todos teníamos miedo a la gripe A y quedó claro ese día que el Gobierno había pospuesto medidas importantes hasta después de las elecciones.
Luego, la prensa –esta prensa, che– infló disparatadamente unas antiguas declaraciones del Papa sobre el escándalo de la pobreza y se desató la discusión sobre el asunto. El Gobierno se enredó en cifras ridículas –recuerden a Kirchner diciendo que “debemos andar” en el “19, 20 o 22”, días antes de que el Indec dijera que apenas hay un 14 por ciento de pobres.
Después se conoció la última declaración jurada presidencial, con los negocios esos de los terrenitos. Sabíamos hasta entonces que nuestros líderes eran muy ricos pero nunca imaginamos cuánto los había favorecido la diosa de la fortuna. El kirchnerismo parecía, entonces, acorralado. Ríndanse, están rodeados.
En ese mismo instante, el Gobierno resolvió retirar los subsidios y aumentar tarifas. Estuvo a punto de perder su primera votación por el tema en la Cámara de Diputados y, temeroso de que estallara algo más fuerte, retiró la idea por unos meses. Luego zafó, apenitas, raspando, concediendo al máximo, de que se cayeran las famosas facultades delegadas: logró un año de changüí, lo que no podía ser mirado como una victoria, pero, al menos, tampoco como una derrota. En ese momento, algo pasó.
Kirchner empezó a dar vuelta la historia al lograr que la AFA rompiera los contratos del fútbol pago. Si las elecciones podían ser leídas, como se hacía desde la Casa Rosada, como una derrota contra Clarín. Ahora, empezaba la revancha: K 1- Clarín 0. Luego triplicó la apuesta y consiguió aprobar la ley de medios en poco más de un mes y por un margen realmente amplio. K 3 - Clarín 0. El ruido era ensordecedor.
Desde entonces, con mayor o menor diferencia, el Gobierno logró que el Congreso aprobara la ley de ADN, el Presupuesto, y ahora la reforma política.
En el medio, pasó de todo: el conflicto de Kraft, los cortes del subte y la Nueve de Julio, el pedido de renuncia a Macri, el pedido de elecciones anticipadas, Moyano y D’Elía que convocan a una marcha contra el golpe, Cristina que los desautoriza, doscientos inspectores que caen de sorpresa a las puertas de Clarín, Aníbal que promete investigar y no lo hace, el papelón por la presencia de Antonini en la Casa Rosada, Tinelli, Susana y Mirtha que piden mano dura porque “nos están matando”, D’Elía que les dice “hijos putativos de la dictadura”, Tinelli que le responde “a vos te mandan, Luisito” y le recrimina que su familia trabaje para la ANSeS, D’Elía que le responde “sos el jefe de un prostíbulo”.
Y no es todo: Compromiso K les promete plata a las barras bravas, que cuelgan carteles anunciando que vuelve el pingüino, las barras empiezan a enfrentarse a cuchillazos, y Compromiso K dice que es una conspiración en su contra (?). No es muy original, pero es lo que hay.
Grupos piqueteros, además, rompen vidrios en un acto de Gerardo Morales y entonces se desata una feroz campaña contra la dirigente social Milagro Sala, amiga de Alicia. En todo este rush, se produjo un milagro. En medio de tanto ruido, tanta pelea que, básicamente, tiene que ver con el poder, hubo un hecho de gobierno muy importante: se anunció la asignación por hijo. No sólo es significativo por la decisión en sí, sino porque –además– el oficialismo asume como propia una idea impulsada por la oposición –Carrió, la CTA, la Iglesia– a la que se venía oponiendo tenazmente. Y casi nadie la criticó.
O sea que parece haber una mínima posibilidad de que nos pongamos de acuerdo en las cosas importantes. Mientras tanto, Moreno amenaza con saltar los ojos de funcionarios que no se sumen a la guerra contra Clarín. Y la familia Macri estalla por el aire, en una saga que aún no se sabe si continúa a la de los Carrington o a la de los Campanelli.
Y aparecen encuestas donde, pese a todo, por todo, con todo, los Kirchner andan por lo más profundo del subsuelo de la Patria. Pero aparecen datos que anuncian una reactivación importante para los próximos dos años. Se compran y venden senadores y gobernadores. Y Arslanian dice que Stornelli es un inútil. Y hay manifestaciones por la seguridad en algunas zonas de la provincia. Y Nacha renuncia a su diputación junto con otros veinticuatro trucho-testimoniales.
¿Usted puede creer que todo esto, todísimo esto, haya pasado sólo en cinco meses?
Que lo parió, ¿no?
¿Alguien puede entender algo en medio de este huracán?
El próximo 10 de diciembre termina otra etapa en la historia de este período. Si uno pudiera dividirlo cada dos años, se podría decir que el kirchnerismo tuvo al principio mucho consenso social pero pocos diputados y senadores en el Parlamento, en el 2005 al consenso le sumó las mayorías en todos lados, del 2007 al 2009 perdió el consenso tras la crisis del campo, y ahora pierde las mayorías parlamentarias.
Desde el 10 de diciembre deberá gobernar, por primera vez, sin un Congreso disciplinado y con altos índices de rechazo social. Eso fue lo que motivó el rush de este semestre: por cuatro días locos que vamos a vivir, mejor aprobemos todo porque si no se viene la noche.
Ahora, fue un proceso muy vertiginoso donde se pueden percibir algunas señales interesantes para pensar el futuro inmediato y el otro. En principio, está claro que una derrota electoral, para un gobierno, no es la muerte. Todas las teorías según las cuales explotaría el país, volvería el 2001, triunfaría un golpe de Estado si el Gobierno perdía, en fin, queda demostrado que no ocurrieron, eran paparruchadas, para usar un sustantivo plural que se pondrá de moda en poco tiempo.
Luego, que Kirchner está dispuesto a vender cara su derrota. No se saldrá del poder así como así, mansito, acordando la transición. Su voluntad es inquebrantable. Y, por momentos, aunque es claro que la oposición avanza y el kirchnerismo retrocede, se ve claramente que este tiene un liderazgo claro, con iniciativa y capacidad ofensiva, mientras la otra está dividida y a tientas.
Por fuera de eso, hay un dato preocupante para el Gobierno. Hecho todo esto, el amperímetro no se mueve. Los Kirchner son tan rechazados como antes. Pasó casi el 20 por ciento del tiempo que separa la elección del 28 de junio de las abiertas de agosto del 2011. Y pese a todo, o por todo, todos los estudios conocidos –y los no conocidos también– reflejan que no hay ningún kirchnerista entre las personas más valoradas por el electorado, que son, en ese orden, Julio Cobos, Felipe Solá, Carlos Reutemann, Francisco de Narváez, Mauricio Macri, Elisa Carrió, Pino Solanas. Ya ni Scioli aparece en carrera.
Si este panorama se consolida, se mantiene a través del tiempo, se expresará cada vez con más nitidez en la superestructura, y el kirchnerismo irá inexorablemente hacia el ocaso.
Pareciera sólo cuestión de esperar.
Los discursos del kirchnerismo hacia adentro sostienen que el 30% de junio es un piso y no un techo. Pero no necesariamente es así. Si hubiera un candidato más popular, esa estructura del PJ que se mantuvo unida en junio, se dividiría y los votos serían tal vez menos que los obtenidos entonces. Además, ocurre que todos los voceros del Gobierno, las figuras que ocupan los roles más protagónicos –Moyano, D’Elía, Aníbal Fernández– tienen índices de rechazo altísimos, y cada vez que aparecen se consolida la imagen negativa de toda la gestión.
En estas condiciones, con las encuestas ya cansadamente repetitivas durante un año y medio, pareciera que sólo un milagro podría generar una resurrección.
¿Es ese milagro el crecimiento del 5 por ciento que se espera para el próximo año?
¿Será que el aislamiento oficial sólo tiene que ver con que la economía no anduvo bien en el último año y entonces volverán los viejos tiempos con los nuevos índices de crecimiento?
Quién sabe.
Si hay algo difícil de pronosticar es el futuro.
Lo que está claro es que hay alguien que venderá cara su derrota.
O sea que, si a medida que pasa el tiempo, sigue siendo rechazado, va a haber un despiole bárbaro. Y, si se empieza a sentir fuerte, otro más.
Lindo para ser corresponsal extranjero, ¿no?
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