El estilo imperativo de Cristina y Néstor Kirchner condiciona cualquier reacción opositora. La palabra oficial parece siempre bajo sospecha. La oposición arma un plan para diciembre. Crece el espionaje.
Cristina y Néstor Kirchner siguen gastando lo que no tienen. El Gobierno del matrimonio enhebra todas las semanas una ristra de anuncios vanidosos. Los últimos fueron el proyecto de reforma política que deberá debatir el Congreso y el decreto que impone la asignación universal por hijo para padres desocupados o subocupados.
Ninguna de esas decisiones, como sí lo fueron otras, podrían considerarse descomedidas. Figuran, incluso, en la agenda opositora y boyaban también en el ambiente con forma de demanda social. Pero las palabras y los gestos de los Kirchner, desde hace rato, sirven sólo para devaluar hasta las intenciones nobles. Pareciera existir hacia ellos una desconfianza profundizada desde la derrota electoral, que le imposibilitaría remontar cualquier cuesta.
El kirchnerismo no concedió en el Congreso ni una de las cuestiones que reclamaba la oposición. Impuso como quiso las facultades delegadas. Sancionó con un trámite plagado de turbulencias y rarezas la ley de medios. Hizo votar en Diputados, a libro cerrado, el Presupuesto para el 2010.
Ningún clima de diálogo se construye de un día para el otro. La confianza no se recupera con engaños. El matrimonio nunca creyó en aquel mecanismo y basta para corroborarlo con repasar su historia. Las determinaciones de Kirchner y Cristina, buenas y malas, acertadas o erróneas, siempre prescindieron de la opinión opositora e, incluso, de la de su propio Gobierno. ¿Cuántas veces los ministros se enteraron de las novedades por los medios de comunicación o, en el mejor de los casos, minutos antes de ser anunciadas?
Los Kirchner, además, acostumbran a confundir, deliberadamente o no, ciertas cosas. Cristina se suele empalagar aludiendo a las supuestas mejoras institucionales o democráticas por las medidas que anuncia, entre ellas la reforma política. Pero no habrá mejora súbita por el peso de ninguna ley.
Lo que deberían cambiar previamente -o al menos en simultáneo- serían las nociones medulares sobre la democracia y también muchas conductas y valores públicos de la clase dirigente. El concepto de acuerdo, diálogo y convivencia ha sido vaciado de los manuales oficialistas y opositores. Los Kirchner se han encargado estos años de dejar esas páginas en blanco.
¿Hacía falta imponer también por decreto la asignación universal a la niñez? ¿No hubiera resultado más sensato someterlo a una discusión generosa con la oposición? ¿No podría haberse encontrado en ese punto, como exige la Iglesia y pide la oposición, una base mínima de convergencia? No existe convergencia que pueda seducir a los Kirchner más que el oportunismo político.
El ex presidente termina impulsando una reforma política que pareciera favorecer, en principio, sólo a peronistas y radicales. Los dos grandes serían los únicos capaces de amoldarse a las exigencias que plantearía la ley sobre afiliaciones y base de voto electoral para ser reconocidos como partidos. El centroizquierda se vería en figurillas. El PRO, la Coalición y hasta los socialistas quedarían sobre un peligroso límite.
El mayor riesgo para Kirchner sería el de siempre, el mismo que padeció en junio último: el voto popular. Las internas serían obligatorias para todos los ciudadanos, afiliados o no a un partido. El encono que han generado los Kirchner podría disparar otro fenómeno, como sucedió con la victoria de De Narváez/Solá en Buenos Aires. Una fuerte corriente de votos, tal vez, a favor de su opositor interno, si lo hubiera. O un inesperado empinamiento de algún candidato opositor.
Eduardo Duhalde navega ahora entre sus sueños de un gran acuerdo político que ofrezca seguridades a la Argentina para después del 2011 y explicaría que hace lo que hace para despabilar a un peronismo sometido a Kirchner. Trataría de atizar la voluntad de algunos dirigentes para que se atrevan a colarse en la pelea. "Si aparece uno, yo me correría", promete.
No fue una casualidad el respaldo que Roberto Lavagna brindó a su candidatura. En diálogo con Alberto Fernández le pidió que tenga trato más frecuente con Lavagna. "No hay problema", contestó el ex jefe de gabinete de Kirchner . Pero no existiría entre ellos una visión parecida del presente y del futuro.
Alberto Fernández supondría dos cosas: que Kirchner, por su impopularidad, no podrá ser candidato en el 2011 y que todo lo que ahora deja circular, en ese sentido, apuntaría a preservar los dos años que le restan a Cristina; tampoco estima factible el retorno de Duhalde. "Si las alternativas fueran esas, Cobos será el próximo presidente", pronostica.
Las escuchas telefónicas ya causan alarma entre políticos, jueces, empresarios y periodistas. Esas conversaciones, aseguran, llegan siempre hasta las oficinas de Kirchner en Olivos. Se sabe que el ex presidente conoce, entre tantas cosas, cada palabra que pronuncian Agustín Rossi, el jefe de diputados oficialistas, Miguel Pichetto, el jefe de senadores y José Pampuro, vicepresidente del Senado.
Nada lo detiene. Aníbal Fernández, el jefe de Gabinete, obedeció la orden de retirar policías en la Capital por la deuda impaga del gobierno de Mauricio Macri. Importa más la riña política que la seguridad ciudadana.
¿Valdría una reforma política y una ayuda a la niñez en medio de un incipiente estado policial? ¿Podría una sociedad despegar en una Nación acechada por decisiones degradadas?
Por: Eduardo van der Kooy
Clarin.com
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