Por Hugo E. Grimaldi
"No existen las comidas gratis" es una expresión sajona que usan habitualmente empresarios y economistas para referir que todas las invitaciones a comer son interesadas y que tienen el costo de acceder o de decir que no a lo que se les van a pedir en ellas.En cuanto a la cena que ofreció el martes pasado la presidenta de la Nación a un grupo de sesenta hombres de negocios en Olivos, habría que discernir si no se han dado vuelta por una vez los términos de la ecuación para saber quién terminará finalmente pagando sus efectos esta vez, si los invitados o el Gobierno o, mucho peor, si les tocará una vez más hacerlo a los consumidores y contribuyentes, vía precios, tarifas o impuestos.
Cuentan los asistentes que esa noche, Cristina Fernández se paseó radiante, mesa por mesa, en medio del ágape al cual no asistieron ni las entidades del campo ni los nuevos adversarios de la cúpula de la Unión Industrial Argentina, Héctor Méndez.
Muchos de los presentes han comentado que la anfitriona buscó agradar, seducir, convencer: "díganme a mí lo que les pasa" resultó ser el mensaje, a la hora de abrirles una línea directa y casi maternal a su corazón. En ese sentido, el "no se lo cuenten a la prensa" puede resultar una interpretación subliminal y bastante probable del pedido presidencial.
"Creer o no creer" ha sido seguramente el dilema que se les ha planteado a los sesenta hombres y mujeres de negocios de empresas casi todas nacionales y de todo tamaño que asistieron a la tenida, a partir de que se retiraron de la Quinta el miércoles de madrugada y se preguntaron hasta dónde llegarán las promesas y hasta cuándo se manifestará el romance abierto por la Presidenta antes de la Nochebuena.
Sobre todo porque unas horas antes, Néstor Kirchner había desparramado como contrapeso del glamour presidencial una serie de mensajes contradictorios, vociferando desde un palco consignas que las barras recibieron al grito de "Patria o muerte".
Esa tarde, mientras Cristina preparaba su discurso, destinado a recrear la alianza con parte de la burguesía nacional tan cara al afecto de los Kirchner y pedir inversiones, su esposo -también presente en la reunión- señalaba en un acto en Vicente López que el 28 de junio "no fue una derrota", mientras añadía a los gritos que "los crispados no somos nosotros; los crispados son ellos", en alusión al Grupo Clarín.
Estos son los contrapesos de siempre del kirchnerismo, los que siguen metiendo en el freezer la confianza de quienes tienen que tomar decisiones de inversión.
Por eso, al mejor estilo de las reglas de juego que enmarca aquella expresión sobre quién pagará de verdad esa comida, la mayor parte de los asistentes procesó el carisma presidencial desplegado esa noche con ánimo de creer, pero con la desconfianza implícita en la historia del matrimonio.
En todo caso, buena parte de los asistentes ha intuido que la degustación no será gratuita para el kirchnerismo, ya que olfatean que se les han levantado al grupo de los elegidos ciertas barreras sólo porque hoy por hoy el Gobierno necesita dinero de dos colores: financiamiento de corto plazo e inversiones que modifiquen la chatura productiva y que generen empleo. Ha comenzado la campaña por la reelección de 2011, sostienen.
En general, a todos los presentes en Olivos la ocasión les ha venido como anillo al dedo para observar el grado de vulnerabilidad que tienen por estas horas los Kirchner, producto del cambio en la composición del Congreso y de su divorcio con la sociedad.
Los empresarios más audaces, los de trato frecuente con el kirchnerismo desde sus comienzos, saben que probablemente les ha vuelto a llegar la hora de sacarle, quizás, el último jugo a esta gestión. Los demás han ido a mostrarse para prometer sin prometer. En tanto, los críticos por izquierda, intuyen que, en su debilidad, el Gobierno se ha entregado de pies y manos.
Igualmente, todo resulta muy contradictorio, ya que unas horas antes de la cena, un Comunicado de la Asociación Empresaria Argentina (AEA) le pidió al Gobierno una vez más reglas de juego estables y respeto a la actividad privada, algo que no se desechó en Olivos, aunque la Presidenta lo matizó por el lado de la acción complementaria entre el Estado y los privados.
Los hombres de negocios saben que hay financiamiento para la Argentina, pero a un costo de dos dígitos que razonablemente no se quiere pagar, lo que ha motivado el manotazo a las reservas y saben también que mientras la Presidenta pide desesperadamente inversiones, hace inflar de modo permanente el consumo del mercado interno.
Mucho ruido y pocas nueces para un fin de año difícil, con demasiadas pujas entre poderes y la manifestación evidente de la falta de vigor del Gobierno y su necesidad de retomar la iniciativa para evitar que le empiecen a ocupar los espacios.
El manotazo a las reservas, la extensión de las facilidades de pago impositivas y la más que amable reunión de Olivos han marcado claramente quién está corriendo por estas horas detrás de quién.
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