domingo, 13 de diciembre de 2009

"Este Daniel... que complicado está", acostumbra a murmurar Kirchner

Por Eduardo van der Kooy

Buenos Aires es foco de preocupación para el kirchnerismo. El gobernador desciende en su popularidad por la situación social, la inseguridad y su dependencia con los Kirchner. Su deterioro no es bueno para el proyecto continuista del ex presidente. ¿Buscará reemplazarlo?

Buenos Aires parece casi el único pilote que sostiene todavía a Cristina y Néstor Kirchner en el poder. El único que alimentaría, además, sus fantasías políticas de continuidad. Cada problema que estalla en la principal provincia electoral corre como un temblor bajo de los pies del matrimonio.

Hay allí problemas nuevos y otros que, sin remedio, repiten la historia. La novedad es que Daniel Scioli, desde hace un buen rato, dejó de ser impermeable a los malhumores populares. Una encuesta nacional encargada por el Gobierno revela que el gobernador posee ahora una imagen positiva parecida a las de Cristina y de Kirchner: sólo un 29,2%. La pareja sigue punteando, por lejos, la valoración negativa: 67% la Presidenta y 64% el ex presidente. Scioli redondearía el 53%.

El descenso pronunciado del gobernador plantea, desde ya, una seria dificultad política. Para el propio mandatario y también para los Kirchner. Esa debilidad suele potenciar los dramas y las falencias preexistentes: la inseguridad no es una novedad en Buenos Aires aunque sí lo es la violencia y la saña del delito; la Policía bonaerense vive envuelta en sospechas pero nunca desnudó como ahora, igual que la Justicia, semejante incompetencia.

Salió a la luz con el trágico episodio de la familia Pomar, cuyo accidente en una ruta transitada de la Provincia se descubrió recién 24 días después de sucedido.

Scioli tiene problemas políticos por la baja popularidad, por los errores de la administración y por su falta de astucia o voluntad para ganar alguna autonomía respecto de los Kirchner. Esa combinación de factores opera como una hoja filosa que abre grietas en el poder bonaerense.

José es el hermano de Scioli, hombre de confianza y ex secretario General de la Gobernación. Desde el conflicto con el campo empezó a marcarle puntos de vista distintos que se acentuaron con las candidaturas testimoniales. El ex funcionario se acaba de ir con un portazo.

Las opiniones diferentes se tradujeron en disputas políticas que al secretario General no le parecieron pertinentes. Una fue con el jefe de Gabinete, Alberto Pérez, cultor de la tesis de la incondicionalidad con los Kirchner. Otra, detonó con su hermano a raíz de varias decisiones, entre ellas el modo de enfrentar el aumento de la inseguridad y de las protestas sociales.

En todos esos manejos creyó detectar la mano de Kirchner. Scioli le ofreció la secretaría de Seguridad al ex recaudador provincial, Santiago Montoya. El ex presidente también lo deseaba para arrimárselo a Cristina. Montoya le explicó al gobernador que su vida está ligada a la política tributaria. Que no le disgustaría un salto, pero nunca al vacío. "De seguridad toco de oído", advirtió.

Scioli insistió pensando, sobre todo, en la imagen favorable que supo cultivar Montoya en sus tiempos de recaudador. "La Bonaerense es mucho para mí", se habría atajado en alusión a la Policía provincial. El gobernador intentó tranquilizarlo. Le informó que la cuestión policial correría por otro andarivel. ¿Ministerio de Seguridad sin Policía?

Idéntico interrogante se formuló Montoya. Scioli estaría en conversaciones con un empresario -antes militante político- ligado al universo de la seguridad y de las Fuerzas Armadas. De aceitados contactos con la Iglesia. ¿Lo sabe el actual ministro de Seguridad, Carlos Stornelli? Nadie se anima a decir una palabra en el círculo del poder bonaerense.

Ese detalle le habría servido a Montoya para desestimar cualquier oferta de Scioli. También la de hacerse cargo de la reforma del Estado provincial. Se estarían advirtiendo en el gobernador gestos repentinos, gestos de cierta desesperación. Pareció serlo también la separación de Claudio Zin del Ministerio de Salud. Ese ánimo, quizá, le habría impedido darse cuenta de una cosa: aquella reforma del Estado formaba parte de los planes del secretario de Gobierno. Ese hombre era José, su hermano, que terminó renunciando.

Scioli buscaría seguir evitando roces con Kirchner. Su hermano no era una persona bien vista por el ex presidente. Para reemplazarlo el gobernador piensa en Javier Mouriño, actual titular del IOMA y ex legislador menemista. El mismo Kirchner le habría hecho llegar la sugerencia.

Kirchner husmea los acontecimientos en Buenos Aires casi con la misma avidez que con los del Gobierno de Cristina. Reacciona como su esposa cuando algún asesor le comunica una mala noticia sobre la inseguridad: "Este Daniel... que complicado está", acostumbra a murmurar. La Provincia es, al menos en ese tema, un mundo ajeno para ellos.

No es un secreto que el ex presidente hubiera deseado que Scioli asumiera su banca de diputado. Desoír ese deseo fue el último y el único reto político del gobernador. Luego amoldó la reforma política en Buenos Aires a los arbitrios de Kirchner. Mantuvo, incluso, las candidaturas testimoniales que laceraron al ex presidente y al gobernador.

Alberto Balestrini posee una capacidad de maniobra política en la vetusta estructura del PJ bonaerense de la cual el gobernador carece. Balestrini es vicegobernador y hombre fuerte en La Matanza. Su vínculo con Kirchner tiene idas y venidas pero el kirchnerismo puro lo vería como el hombre indicado para timonear una geografía que se complica día a día y que será determinante para el sueño presidencial.

Balestrini llegó a vicegobernador por imposición de Kirchner. Scioli hubiera preferido en ese sillón a José Pampuro, ahora senador. Ya entonces el ex presidente le comenzó a ganar las pulseadas.

La política tiene también razones en la economía. Según los números presentes la Nación debería aportarle a la Provincia el año próximo alrededor de $ 15 mil millones para cumplir con su presupuesto. "O Daniel hace caso o está muerto", advierten los halcones kirchneristas.

La presencia constante de Kirchner en el conurbano constituye también un punto de intimidación política para Scioli. El ex presidente quiere mantener sin intermediarios su vínculo con los intendentes. Sabe también que el gobernador no será sombra suya en la fantasía del 2011.

Una cosa diferente sucede con Santa Fe. Kirchner desembarcará mañana en la provincia de los socialistas y de Carlos Reutemann. Pretende hacer allí lo mismo que en el conurbano: atraer a los intendentes del interior, muchos de los cuales reportan al senador.

Reutemann, a diferencia de Scioli, es una preocupación para el ex presidente. Eduardo Duhalde cree aún en la posible participación del ex gobernador en las internas abiertas que debería realizar el PJ. Reutemann es siempre un gran enigma y un profundo silencio.

Kirchner busca descabezar, personalmente, a los presidenciables que asoman en el peronismo. De los otros, de los de la oposición, se encargan sus ministros y sus milicias.

Aníbal Fernández es, en ese sentido, la primera espada. Hace rato que el jefe de Gabinete diseñó una arremetida contra Mauricio Macri. El jefe porteño facilitó esa arremetida con su impericia para manejar la creación de la nueva Policía: de esa Policía casi no se habla; se habla del escándalo del espionaje que sobrevino a esa pretensión. Se habla también de Abel Posse, el ministro de Educación, que antes de asumir levantó con palabras imprudentes e impolíticas una polvareda y la resistencia de los gremios docentes.

Aníbal Fernández es el constructor del discurso contra Macri. La pelea fue llevada a la calle la semana pasada por el piqueterismo kirchnerista.

Luis D'Elía pidió la renuncia del jefe porteño pero terminó haciéndole un favor cuando abordó el disparate: habló sobre la supuesta existencia de "una Argentina blanca". Como si, por contrapartida, hubiera una "Argentina negra". La desmesura es un signo clásico del kirchnerismo.

El jefe de Gabinete pretendió despegar al Gobierno de aquel acto piquetero y de aquellos disparates. Fracasó: detrás de D'Elía, subido a la tarima, sobresalió Claudio Heredia, el principal ladero de Carlos Zanini, secretario Legal y Técnico de los Kirchner.

El kirchnerismo continúa bregando, con las huestes que le quedan, para que la calle no caiga en manos de grupos que no le son afines. También intenta amortiguar en el Congreso el golpe que sufrió de parte del bando opositor, que le hizo un nítido recorte de poderes.

Esa oposición heterogénea intenta no desmembrarse: Elisa Carrio, Felipe Solá, Oscar Aguad y Federico Pinedo convinieron que cualquier discusión sobre candidaturas presidenciales será demorada hasta abril del 2011. Se trataría de un buen atajo para esquivar las discordias.

Han repartido sin grandes diferencias las comisiones parlamentarias. Pretenden avanzar en Diputados con las investigaciones sobre denuncias de corrupción en el Gobierno. Solá viene teniendo reuniones con Roberto Lavagna: el ex ministro acerca ideas de cómo el Congreso podría fiscalizar la ejecución del Presupuesto, el destino y la utilización de los fondos.

Carrió ha decidido no hablar más sobre Julio Cobos. Rehizo una química aceptable con Solá. Respeta a Ernesto Sanz, el nuevo jefe radical, y tiene diálogo, no siempre estable, con Oscar Aguad. Cree que Pinedo no es lo mismo que Macri.

La líder de la Coalición parece correrse de la vehemencia al apaciguamiento. No figura ahora la hecatombe en sus palabras ni en sus tonos. Aboga por un tránsito normal del Gobierno de Cristina hasta el epílogo. Un giro que, si se conserva, ayudaría a una sociedad condenada a vivir sobresaltada por los Kirchner.

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