jueves, 24 de diciembre de 2009

El problema central de la política argentina

Por Ernesto Tenembaum

El jefe de Gabinete de Néstor Kirchner, Aníbal Fernández, había desafiado al ministro de Educación de Mauricio Macri, Abel Posse, a debatir por televisión.

Este último recogió el guante y aceptó el convite. Sin embargo, desde ese momento, no hubo noticias del desarrollo de los acontecimientos. Y ahora vienen las fiestas. Jingle Bells. Navidad llegó. I wish you a merry Christmas. Próspero año nuevo y todo eso. Entonces seguro que no habrá tiempo para ese especie de posta de Yatasto.

Realmente una pena.

Porque en ese debate hubiera estado representado, como en un cuadro, una metáfora o una metonimia –palabra que últimamente usa el jefe de Gabinete sin demasiada precisión– el problema central de la política argentina.

De un lado, un ministro de Educación con ideas entre cavernícolas y fascistas, que combate contra los trosko-leninistas-gramscianos-y-guevaristas y también contra los rockeros. Palabras más, palabras menos, los editorialistas del diario La Nación.

Del otro, un jefe de gabinete que fue menemista y duhaldista y pierrista, y puntero del golpeado, miserable y violento conurbano, que desapareció de los lugares que solía frecuentar ante una orden de detención de la Justicia y que ahora cierra filas con la Policía Federal para que no se investiguen los graves casos de violación a los derechos humanos que la involucran.

En fin, se trataría de dos personas que se sienten dueñas de la verdad y que por un pelito, no han caído del mismo lado del mostrador (de hecho, el ex ladero de Fernández hasta hace unos meses es ahora el referente en Quilmes de De Narváez, o sea que ya casi son parientes, todos los puentes están tendidos).

Hay veces que el ruido en este país se hace ensordecedor y quizás en ese debate hubiera quedado patente el desafío que tiene la Argentina para el futuro, esto es, encontrar una alternativa a la trampa, al laberinto que se empieza a preparar para el 2011.

¿Será la continuidad de los personajes como Aníbal Fernández, con sus vínculos con las barras bravas, sus amigos que le dan permiso de portación de armas para personajes rarísimos que terminan asesinados en el Triple Crimen, sus acusaciones contra Pino Solanas por incendiar trenes?

¿O la llegada de una derecha antediluviana, que Mauricio Macri quiso disimular en los últimos años, pero que terminó otra vez expresando con las llegadas de Jorge “El Fino” Palacio, primero, y de Abel Posse, luego, a su gabinete? Encima, no hay que ser demasiado perspicaz para percibir la cercanía a Macri de personajes como Miguel Ángel Toma o Ramón Puerta, no tan diferentes al supuestamente odiado Aníbal Fernández.

Mientras tanto, los seguidores de unos y de otros se encolumnan. Es que Fernández y Posse les vienen bárbaro. A los macristas, al peronismo disidente, a la oposición que odia a Kirchner, Fernández les resulta una bendición del cielo. Maná. Un lugar donde pegar, del cual diferenciarse, para no tener que explicar los propios problemas: la maravilla de ganar sin hacer nada, sólo por contraste.

Y Posse, ¿qué no decir de Posse? Quienes compraron la teoría de que es necesario alinearse con el Gobierno, justificar todo, porque no hay lugar para grises, porque los enemigos son horripilantes, hacen cola para pegarle. El flanco es tan gigantesco que, otra vez, permite evitar temas muy incómodos.

Todos estos años, desde esta columna, hemos expresado una no disimulada envidia por quienes la tienen clara, los que decidieron tomar partido, contra el Gobierno o a favor de él, por las buenas razones de la derecha tradicional o del kirchnerismo, o por odio al contrario, por cuestiones éticas o estéticas, de contenido o de forma, de gusto o disgusto. Deber ser lindo tener un anclaje, una brújula, una toma básica de posición que ordene todo el pensamiento.

Seguro que tranquiliza: como llegar al techo propio.

Ver a Posse y Aníbal juntos hubiera sido una gran reivindicación de la intemperie. De aquellos que se la bancaron sin ceder, o sin ceder demasiado –a cambio de demasiado poco–.

Estaba pensando, por ejemplo, en Claudio Lozano, o en Pino Solanas, o en Víctor De Gennaro. En Alcira Argumedo o en los socialistas de Santa Fe, o en el SI de Eduardo Macaluse y compañía, o en Margarita Stolbizer. O, incluso, en Victoria Donda.

Dirigentes que, con todas las dificultades del mundo, en cada caso intentaron defender su propia agenda sin encolumnarse con personajes, por decirlo de alguna manera, poco defendibles, sin buscar a cada paso el lugar donde calienta el sol. Y se ganaron todos los adjetivos. Porque las personas que se encolumnan, luego adjetivan. Es tan complicado justificar tantas cosas, que más vale adjetivar, insultar, deslizar sospechas, apelar a argumentos morales, para que todo termine pareciendo un gallinero y en el mismo lodo todos manoseados.

Pero no. Las personas que no se alinearon ahora parece que son bastantes. Miren en el Congreso, por ejemplo. Hay un bloque de 25 diputados, casi el diez por ciento de la Cámara. Y serán ahora el fiel de la balanza. Porque ni la oposición más dura –Solá, Carrió, el macrismo, Duhalde– ni el kirchnerismo incondicional podrán aprobar nada sin contar con ellos.

Entonces, es posible que se impulsen investigaciones sobre hechos de corrupción oficial o de violencia policial pero, al mismo tiempo, que se respalden estatizaciones o se impulsen más medidas para realizar la imprescindible transformación social que requiere la Argentina.

O, dicho de otra manera, puede ser –es la Argentina, esto puede fracasar– que el fiel de la balanza sirva para moderar la prepotencia de los empresarios privados y también la de los empresarios que controlan el Estado, que está claro quiénes son, más allá de los discursos y esas cosas que se dicen.

Esos veinticinco seguramente votarían –como votaron entonces sus predecesores– la estatización de las AFJP pero imponiendo serios controles al manejo del dinero, o la ley de medios, pero sin alinearse, rebanando el intento de adueñarse de ellos y los artículos que hacen más débiles hoy su defensa ante la Justicia.

Y, ¿saben qué? Tienen candidatos interesantes. Binner, Stolbizer, De Gennaro, Lozano, Macaluse, Donda, entre otros, son dirigentes medianamente conocidos, respetados, de los que de verdad resisten un archivo. Con lo cual, seguramente, y dado que del otro lado están Aníbal y Abel, muchas personas empiecen a pensar en votarlos.

Seguramente tropezarán varias veces en sus proyectos. Intentarán dividirlos, comprarlos, seducirlos. Apelarán a la extorsión moral, les agitarán fantasmas, los difamarán en los medios.
Y quizá no les alcance para ser gobierno.

Pero si son muchos, como empiezan a ser, podrán defender una agenda y obligar a los poderes sindicales, empresarios burocráticos establecidos a abrir la cabeza, a ceder espacios, a ser mucho más humanos.

Defender una agenda coherente: eso también es pelear por una sociedad más justa y a veces se consiguen desde allí más efectos concretos que desde la conducción del gobierno.


Que todavía no llegó Nochebuena pero, por lo visto, empezamos a brindar temprano.

Como dicen los que saben: “Voy a tomarme el olivo, voy a tomar que tengo sed, voy a tomar agua bendita, voy a beber para creer, voy a tomarme hasta el pelo, mi pelo por favor, con mucho hielo, voy a tomarme hasta los trenes, que no van a venir...”.

Amén.

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