domingo, 6 de diciembre de 2009

A la Argentina le aguardan horas de dañina testarudez K

Por Pepe Eliaschev

Quiere gobernar no menos de 12 años seguidos. Ése es el proyecto del ex intendente de Río Gallegos, blanqueado en un curioso cónclave con el puñado de profesores universitarios de izquierda que han visto en él la luz, y lo consideran como un John William Cooke de carne y hueso.

Cooke, que murió hace más de 40 años, era la “pata” marxista del peronismo. Perón lo alentaba, como también avalaba a Vandor en aquellos tempranos años Sesenta. Nada ha cambiado mucho en el peronismo. Disfónico e inmutable, Néstor Kirchner certificó ahora que quiere quedarse en el gobierno un total de tres mandatos. Por eso prepara, ya de manera evidente, la campaña presidencial Kirchner 2011.

Puede ser él, pero también ella. La línea que le “baja” a sus cuadros ideológicos es gobernar hasta 2015. En todo caso lo trascendente es que el matrimonio siga habitando la residencia de la Quinta de Olivos.

La noción de una permanencia en el poder que supere todos los atenuantes y limitaciones temporales de una democracia, la enunció estos días uno de los cuadros más petulantes y desdeñosos de la nomenclatura kirchnerista, el senador Eric Calcagno.

Este economista, que siendo embajador de Kirchner en Francia se presentaba en la sociedad parisiense como “Eric Calcagno y Maillman”, tuvo la elogiable audacia de confesar que la emergencia económica que acaba de renovarle el Congreso al Gobierno debería durar “decenios”. Para levantar la emergencia, dictaminó el cuadro kirchnerista, “faltan muchos años”. ¿Por qué? Porque “estamos intentando reconstruir el Estado”.

La emergencia será esta vez no de uno, sino de dos años más, hasta el 31 de diciembre de 2011. De modo que si alguno de los Kirchner repite ese año y es electo para quedarse hasta 2015, asumirá en estado de emergencia, uno de los más colosales (y exitosos) proyectos para obliterar la separación de poderes estipulada por la Constitución.

Desenlace buscado: se castra al Congreso, reducido a la impotencia de legislar virtualmente, ante un Ejecutivo que hace y deshace lo que quiere con las reasignaciones de partidas presupuestarias, situación que se perpetúa desde 2002.

Cuando la emergencia pedida por el presidente Eduardo A. Duhalde se aprobó en medio del colapso de 2002, la entonces senadora santacruceña Cristina Kirchner votó en contra. Hoy como presidente, ella no puede gobernar sin emergencia. Con la norma ratificada, la Argentina, gobernada por diferentes peronismos, completará ese 31 de diciembre de 2011 un total de nueve años en emergencia crónica.

Termina así la tormenta “legislativa” del oficialismo, preparada tras la derrota electoral (sufrida pero nunca aceptada) del pasado 28 de junio. En las 72 horas posteriores al colapso, los Kirchner pergeñaron en Olivos lo que luego se fue produciendo, entonces todavía asesorados por el volátil Alberto Fernández, que ahora anda predicando a los cuatro vientos un risueño kirchnerismo sin los Kirchner, aunque él no lo confiese en público así.

Entre mediados de julio y estos finales de diciembre, los de Olivos apretaron el acelerador y le sacaron hasta la última gota de leche a un Congreso donde el oficialismo vota a ojos cerrados, abrumado de miedo e intoxicado de obediencia debida.
Eso ahora se termina, pero el paquete de normas logradas por el kirchnerismo es de alcances faraónicos: medios de comunicación, asignaciones universales, estatización de empresas y, sobre el final, la famosa “reforma” política.

Esa reforma, ¿fue una auténtica y trascendente reformulación de la precaria y sospechosa actividad política argentina? ¿La elección de candidatos electorales por los partidos a través de internas “abiertas, simultáneas y obligatorias” solucionará la falta de credibilidad de las organizaciones políticas? ¿Se introdujo tal vez la boleta única o el voto electrónico? ¿Se impedirá desde ahora la estafa obscena de las candidaturas truchas llamadas “testimoniales”, el más descarado fraude político acuñado por el oficialismo en las pasadas elecciones? ¿Se reprimirán las versiones más descaradas y crudas del transfuguismo, mediante el cual el poder del dinero oficial compra cuanto gobernador, senador o diputado se proponga adquirir? ¿Se transparentará el financiamiento de la vida política si la herramienta financiera será manejada en exclusividad por el gobierno de turno?

Las respuestas a estos interrogantes son sistemáticamente negativas: es un récord difícil de igualar que un gobierno que proclama ambicionar una política más seria, honrada, moderna y democrática, haya “sacado” a solas la ley en el Congreso, sin escuchar ni admitir una sola objeción de los partidos de la oposición, que deberían haber sido los protagonistas indispensables de un maduro consenso para legislar una reforma sólida, duradera y sostenible en el tiempo.

Convertido con regocijo en una maquina de legislar en solitario, el oficialismo ya avisó lo que los Kirchner evalúan como camino a seguir a partir de marzo de 2011. Lo dijo con su llamativa frontalidad el jefe de los diputados K, Agustín “El Chivo” Rossi: si la oposición quiere legislar “con revanchismo” desde el 10 de diciembre, el Ejecutivo se la pasará vetando al Congreso, un escenario horripilante que nace de unas convicciones profundas.

Rossi, como los Kirchner, piensa que gobernar es una tarea que se debe ejercer sin ataduras ni convergencias. Entienden que el mandato presidencial obtenido por Cristina Kirchner en 2007 no ha sufrido mella alguna, ni debe atenerse en lo más mínimo a la voz ciudadana expresada en 2009. Es una postura de recio conservadurismo: nada debe ni puede cambiar.

El justicialismo sabe mucho de esto y los Kirchner han usado estos meses, tras la frustración del 28 de junio, para dejar marcado el terreno. Le aguardan, pues, a la Argentina horas de dañina testarudez oficial, de cara a un poder que se percibe a sí mismo como investido de un mandamiento intocable.


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