Por Eduardo van der Kooy
Kirchner sufrió su tercera gran derrota, luego del conflicto con el campo y las elecciones de junio. En Diputados quedó en evidencia la debilidad oficial. La oposición se fortaleció, pero se verá qué pasa con ella fuera del Congreso. El kirchnerismo aparece cada vez más en soledad.
Un debate ha concluido la semana pasada en la Argentina. Empieza a apagarse, sin dudas, el largo ciclo político que están protagonizando Néstor y Cristina Kirchner. Se agiganta, a la vez, un enigma: no asoman ni en el oficialismo ni en la oposición indicios sobre cómo podría ser la sucesión de aquel ciclo. Despunta un tiempo de incertidumbre y, tal vez, de sorpresas.
Se trata de otra situación desconocida en el tránsito de esta empobrecida democracia. Raúl Alfonsín y Carlos Menem tuvieron relevos cantados. La actualidad podría asimilarse, en algún sentido, al desemboque del gobierno de emergencia que condujo Eduardo Duhalde. Ese desemboque tuvo mucho de imprevisible. Tanto que empinó como presidente a un hombre -Kirchner- casi ignoto en la escena nacional.
Los parangones concluirían en ese punto. No hay ahora un país, como ocurrió entonces, que esté desbarrancado. Está sí plagado de problemas importantes. Tampoco un Gobierno, como el de Duhalde, que se vea condenado a vivir sólo de día en día. Unicamente los errores y la obstinación de Kirchner y la sumisión política de Cristina podrían transformar esta situación difícil en inmanejable.
Nadie conoce cómo se acomodarán los Kirchner ante una adversidad política que ha llegado para quedarse hasta el final del presente mandato. La oposición manejará con holgura, aunque habrá que ver con qué pericia, la Cámara de Diputados. En el Senado habrá mayor paridad aunque esa Cámara no podrá ser ajena, al fin, al cambio del clima político que late por el nuevo protagonismo opositor.
Los Kirchner reaccionaron siempre, frente a adversidades circunstanciales, doblando apuestas, desencadenando presiones implacables e inyectando en la sociedad sobredosis de tensión. Para ser justos, esa fue la lógica matrimonial que imperó desde que Cristina llegó al poder. El ex presidente tuvo otra muñeca durante su mandato. Fue y vino cuando resultó necesario. Mostró olfato también para medir el humor social. Esos reflejos desaparecieron no bien se convirtió en la pesada sombra de su esposa.
Produjo, de verdad, un recorrido sorprendente. Dejó el Gobierno con niveles inéditos de reconocimiento social y en la mitad del mandato de Cristina aparece, según un sondeo de la consultora Hugo Haime, como uno de los dirigentes con mayor imagen negativa, casi a la par de Duhalde.
Esa decadencia le abrió una enorme y quizá definitiva brecha con la sociedad. Aún en esa declinación se las ingenió para acopiar poder institucional. Esa podría destacarse como una aptitud quizá tanto como su torpeza para la fijación de acertadas estrategias. Sus estrategias se aferraron siempre a la opción del todo o nada. Lo sucedido en Diputados, su declinante valoración popular y la gestión de Cristina lo estarían arrimando, con riesgo, a la nada.
El conflicto con el campo, nunca resuelto, le provocó un laceramiento atroz. Su encierro le hizo perder compañías y equilibrios: una cosa fueron Hugo Moyano, Luis D'Elía, Guillermo Moreno y los intendentes del conurbano como piezas funcionales de un sistema político más generoso y otra bien distinta como piezas casi exclusivas.
Las consecuencias fueron también las esperadas. La tensión natural con los medios de comunicación derivó en una embestida grosera del poder. Las alianzas o sintonías finas con sectores económicos que acompañaron la recuperación se fueron desarticulando. Lo sucedido la semana pasada en la UIA, donde atronaron las críticas al Gobierno y surgió una concordancia con los dirigentes del campo, así lo demuestra. Los movimientos en la Asociación Empresaria Argentina (AEA), también.
Además, Kirchner pasó de una pulseada con la oposición a un intento claro de sometimiento. Fue lo que ensayó después de la derrota de junio cuando convirtió la transición en el Congreso en un teatro de arbitrariedades y humillaciones.
El jueves, al debutar en Diputados, terminó bebiendo de su propia medicina: el kirchnerismo, a través de Agustín Rossi, el jefe del bloque, hizo alusiones constantes a los supuestos atropellos reglamentarios de la oposición en la sesión preparatoria. La oposición le replicó con la fuerza de los votos, la misma fórmula con la cual se había regodeado tantas veces el oficialismo en Diputados y en el Senado.
Aquella prepotencia de Kirchner terminó haciendo el milagro para el cual la oposición, durante mucho tiempo, no se sintió capaz: la unidad para trazar un límite al Gobierno, para transmitir un mensaje a la sociedad acerca de que la votación de junio no había sido en vano. El ex presidente también desafió esa frágil unidad y tampoco le fue bien.
Aquel armado opositor tuvo artífices y soportes. Fueron, entre varios, Felipe Solá, Elisa Carrió y el radical Oscar Aguad. Los tres lograron mantener las riendas de sus fuerzas en momentos críticos. ¿Cuáles? Cuando diputados del Peronismo Federal miraron mal a Aguad por aflojar la negociación con el oficialismo. Cuando el kirchnerismo se negaba a bajar al recinto para la votación de las autoridades en Diputados pese a que la oposición había dado quórum con comodidad. Hubo sectores opositores que propusieron tumbar al kirchnerista Eduardo Fellner de la cima de la Cámara. Solá y Carrió, sobre todo, lo evitaron.
Fuera de ese núcleo apareció Graciela Camaño. La diputada bonaerense seguiría siendo la titular de la Comisión de Asuntos Constitucionales en el tiempo que viene. Esa decisión fue de todos. Negociada entre peronistas federales, radicales y la Coalición e, incluso, con un llamado a Italia a Duhalde. Además, con la bendición del propio kirchnerismo, al que le corresponde -según el pacto- la titularidad de dicha comisión.
Camaño fue la encargada de transmitir un ultimátum al bloque oficial para que se sumara a la sesión. Como no tuvo respuesta habilitó las deliberaciones y forzó la rendición incondicional del ex presidente y de su tropa.
Kirchner fue un hombre extraviado en la intimidad y también a la vista pública. Espió a través de una ventana qué sucedía en la calle con los suyos. No quiso saber nada, en principio, sobre el reparto de autoridades y comisiones que Fellner y Rossi habían sellado con la oposición. Discutió con Rossi cuando el diputado le recordó el retroceso que había impreso a su gestión luego de la derrota electoral, tras prometer una apertura de diálogo nunca cumplida con la oposición.
El ex presidente se dedicó, entonces, a las pequeñas cosas antes de aceptar lo inevitable. Pidió la vicepresidencia segunda de la Cámara que iba a quedar para el Peronismo Federal y cedió la vicepresidencia tercera. Ese lugar es ahora razón de negociaciones entre Felipe Solá y la Coalición.
Terminó de cerciorarse de que mantendría la titularidad de la comisión de Peticiones, Poderes y Reglamentos. Prefirió resignar la de Relaciones Exteriores. ¿Por qué? La Comisión de Peticiones suele tener poca relevancia, pero allí se decide el funcionamiento de las comisiones y se deciden otras cosas, como los pedidos de desafuero. El oficialismo tiene minoría y la mayoría opositora podría variar los reglamentos de las comisiones. El juez Norberto Oyarbide, entre tantas causas, posee la del supuesto enriquecimiento ilícito del matrimonio. Se comprenderían así semejantes prevenciones.
Ni Kirchner ni la oposición ignorarían otra cosa. La sociedad aguardaba algún gesto correctivo del Congreso. Pero lo aguardaban, además, otros poderes que suelen actuar estimulados por los acontecimientos políticos. La Justicia es, sin dudas, uno de ellos.
La calle, esta vez, tampoco sirvió a los planes del ex presidente. La calle se convirtió últimamente para él en un dolor de cabeza. La movilización pensada para torcer la suerte en el Congreso resultó un fiasco. Antes de que el ex presidente jurara como diputado la gente ya había iniciado el éxodo. La calle la vienen ganado todas las semanas organizaciones piqueteras no kirchneristas que trastornan la ciudad y fuerzan al Gobierno a pactar treguas con planes de empleo y dinero que no tiene. Esa calle será el jueves que viene, teatro para los dirigentes agropecuarios. Seguramente saldrán también por su lado los militantes de Moyano y D'Elía.
La derrota parlamentaria podría no resultarle indiferente al peronismo. No le será sencillo al bloque de diputados oficialistas convivir con los vaivenes y los caprichos de Kirchner. Tampoco le resultará fácil adaptarse a un compás y a reglas de juego que establecerá la oposición. Habría que ir oteando además las conductas de los gobernadores del PJ que aún reportan al ex presidente.
Quizá Daniel Scioli no sea, en ese sentido, una brújula fiable. El gobernador decidió que las internas abiertas y obligatorias en Buenos Aires deberán hacerse al mismo tiempo que las nacionales. No quiere despertar las suspicacias de Kirchner. Apura, a la vez, una reforma en el área de seguridad para resguardar su gestión y aplacar una cuestión -el delito brutal- que desagrada al matrimonio. En ese apuro, no todas las cosas le salen bien. Le ofreció a Santiago Montoya el lugar del ministro de Seguridad, Carlos Stornelli. Pero el ex recaudador se espantó con algunas condiciones.
Scioli seguiría así detrás de Kirchner. Del ex presidente que votó tímidamente en Diputados y partió. Que pareció deambular destemplado. Que ingresó a la Cámara con paso tumultuoso protegido por cuatro guardaespaldas. Hay imágenes que suelen desnudar la realidad con más elocuencia que cualquier palabra.
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