Por Luis Majul
De todos los chupamedias del poder, los que más despreciables me resultan son los que usan su inteligencia y su pluma para ejercer la alcahuetería superficial. Debo aceptar que durante un tiempo me resistí a colocar a José Pablo Feinmann en esa categoría, pero el agresivo artículo que escribió el pasado domingo 13 de diciembre en Página 12 me terminó de convencer.
Feinmann, uno de los chupamedias k más inteligentes, quien cobra un importante sueldo del muy interesante Canal Encuentro, metió todo y a todos en su misma bolsa de envidia y resentimiento.
Así, me colocó junto a Joaquín Morales Solá, Edy Zunino y Marcos Aguinis en el bando de “los enemigos” que escriben libros y a los que “les brota la basura por todos sus poros”.
El articulista pareció muy enojado por el éxito de ventas de lo que el considera libros “antik”. Levantó su dedo (derecho) y dictaminó que todas las obras citadas estaban escritas por “periodistas con un tufillo aventurero. Gente que no ha demostrado talento ensayístico ni atesorado prestigio intelectual a lo largo de los años”.
Para empezar, le digo a Feinmann, de una buena vez, que no escribe tan bien como él supone. El término “talento ensayístico” me exime de mayores comentarios.
Para seguir, es increíble que un intelectual de su trayectoria no registre la diferencia entre un panfleto como el de Aguinis, un libro de autoayuda como los que citó en su nota, una recopilación de columnas como las de Morales Solá y las investigaciones periodísticas de Zunino y de quien esto escribe. Es más: es inconcebible que no reivindique a la investigación periodística como uno de los instrumentos más nobles para fortalecer el sistema democrático.
Y para completar la idea, confirmé, a través de fuentes muy confiables, que el estudioso de las ideas ajenas no se tomó ni siquiera el trabajo de leer por arriba El Dueño. Si lo hubiera hecho, habría comprobado que se trata de una investigación periodística de más de 500 páginas, muy lejos de los instantbooks con los que quiso emparentar mi trabajo.
Al contrario. Me sirvió para confirmar que Feinmann no tiene la mínima honestidad intelectual. La que aconseja, entre otra cosas, leer un material antes de calificarlo de basura.
De inmediato me pregunté sobre los verdaderos motivos de su miserable ataque.
¿Qué es lo que hace que un pensador comprometido con esta gestión de repente haga el trabajo “sucio” de “tirar estiércol” a periodistas que informan, denuncian e investigan igual que lo hicieron durante el gobierno de Carlos Menem, Fernando De la Rúa o Eduardo Duhalde?
¿Es solo la admiración personal que un día Feinmann confesó que sentía por Cristina Fernández, cuando lo invité a Hemisferio Derecho, el programa que conduzco en Canal a?
Sabía que Néstor Kirchner no hablaría de El Dueño por dos razones. Una: para no generar todavía más revuelo alrededor del libro. Y dos: para evitar responder sobre su presunto enriquecimiento ilícito, entre otras causas abiertas que lo comprometen.
Sabía también que el kichnerismo tenía pensado utilizar a su bandita de periodistas paraoficiales para desacreditar el trabajo, pero que la movida no había tenido éxito porque la mayoría coincidía en que El Dueño estaba apoyado en una larga investigación.
De repente, cuando la operación basura contra el libro estaba cayendo por su propio peso, irrumpió la intrincada pluma de Feinmann. Incluso, en su desagradable nota, el intelectual termina aceptando que “hay corrupción en este gobierno”.
Pero entonces ¿a qué obedece la extemporánea reacción de Feinmann? ¿A un pedido de Néstor y/ o Cristina? ¿A una necesidad propia de devolver, de algún modo, lo que recibe del Estado que hoy maneja el poder de turno?
Mientras sigo buscando respuestas a su acción, leo que Feinmann termina justificando la corrupción k porque “el horrible fascismo que está armándose es mucho, pero mucho peor” (N del A: ¿Quién le habrá aconsejado a Feinmann que para enfatizar las ideas hay que repetir las palabras?).
¿Qué nos quiere decir, de verdad José Pablo? ¿Qué un poco de corrupción está bien solo porque el tipo que la apaña es más parecido a todos nosotros que un dinosaurio como Abel Posee?
Me encantaría que Feinmann usara sus neuronas para responder por qué sigue defendiendo con argumentos tan retorcidos a un gobierno que se presenta como de izquierda pero que, en realidad, es de derecha.
Son preguntas muy sencillas:
¿Es progresista un gobierno que tolera y apaña la corrupción?
¿Es progresista un gobierno que ayudó a “incorporar”, durante los últimos tres años, tres millones de pobres?
¿Es progresista un gobierno que le deja la bandera de la lucha contra la inseguridad a la derecha aún cuando sabe que las principales víctimas de los delitos son los que menos tienen?
¿Es progresista un gobierno que no hace caso a los jueces y que no tolera las críticas y las denuncias que involucran a sus funcionarios?
¿Es progresista un gobierno que reparte los fondos del Estado de manera discrecional?
Feinman forma parte del nuevo autoritarismo ideológico de la pseudoizquierda, que ve como un representante de la derecha a todo aquel que no apoya de manera incondicional a Néstor y a Cristina.
Por si no tiene tiempo de leer un libro de más de 500 páginas como El Dueño, aprovecho para informarle que participé de las primeras marchas convocadas por la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos , voté al candidato del Frente para la Victoria en 2003, aplaudí la conformación de la última Corte Suprema de Justicia que impulsó el ex presidente e ingresé junto a miles de personas a la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) el 24 de marzo de 2004, convencido de que, hasta ese momento, ningún gobierno había realizado más para aclarar los delitos de la dictadura como el que conducía Néstor Kirchner.
De todos los chupamedias del poder, los que más me repugnan son los que usan su inteligencia para justificar lo injustificable. Son los peores. Porque se escudan en su supuesto prestigio para decir y hacer cualquier cosa. Y además son baratos: los compran con un programa de televisión, o con una palmadita oficial en la espalda, el toque justo para engordar su enorme ego.
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