Por Carlos Berro Madero
“Vale más no estudiar nunca que dedicarse a temas hasta tal punto difíciles que, al no ser posible distinguir lo verdadero de lo falso, SE VEA UNO FORZADO A ADMITIR COMO CIERTO LO QUE ES DUDOSO, pues en tal caso no hay tanta esperanza de aumentar la instrucción de uno CUANTO PELIGRO DE DISMINUIRLA” - Descartes
Es indudable que nuestra Presidente, “la mujer que vive en la tele” y “se pega diariamente al micrófono”, debería reflexionar sobre los pensamientos que transcribimos al comienzo de estas líneas.
Para seguir abundando en conceptos al respecto, seguimos con las palabras ilustrativas del filósofo: “el fin de los estudios debe ser dar al espíritu o la mente UNA DIRECCIÓN QUE LE PERMITA FORMULAR JUICIOS SÓLIDOS Y VERDADEROS, SOBRE TODO LO QUE SE PRESENTA A ÉL”.
La oratoria es sin duda un método legítimo del cual uno puede valerse para impresionar a cualquier auditorio. Sin embargo, cuanto el contenido
es confuso e improvisado, se producen dos efectos funestos: por un lado
convierte cualquier expresión en una inútil caricatura de la realidad; por el otro,
promueve un engaño sobre la mente de todos aquellos desprevenidos que no alcanzan a distinguir
las falsas sutilezas de un discurso intencionado.
Hablar sin fundamento y “retocar” la naturaleza espontánea de las cosas mediante artimañas orales, produce un fruto absolutamente ilegítimo cuyo consumo
debiera ser penado en algún momento.
Que
Cristina Fernández esté desacreditada y sea aborrecida por gran parte de la ciudadanía, es el precio de esta mala costumbre y se palpa en los diálogos callejeros entre ciudadanos.
Habría que recordarle que “solamente hemos de ocuparnos de aquellos objetos para cuyo conocimiento cierto e indudable parecen ser suficiente nuestras mentes”, sigue diciendo Descartes. En el caso que analizamos, parecería que
la señora de Kirchner no demuestra capacidad para razonar en profundidad la característica de los daños que provoca invariablemente con sus juicios arrebatados y su verborrea incontenible.
La majestad de su investidura debería alertarla sobre el hecho de que
las palabras arrojadas al viento como naves tripuladas sin combustible suficiente, terminan cayendo siempre en algún lugar inapropiado y peligroso.
Sería saludable pues, que se dedicara a hacer para sí enumeraciones completas y revistas generales precisas de los temas que debe abordar, simplificando sus ideas con conceptos simples que le permitieran
contener las partes más complejas de sus pensamientos, generalmente muy “atravesados”.
Existe un proceso intelectual absolutamente imprescindible que Descartes denomina la “razón matemática”. Es un ordenamiento por el que puede comprobarse que ninguna cosa puede tomar el lugar de otra si está compuesta por distinta esencia.
Los pensamientos no son intercambiables. Errores de este tipo –a los que es tan afecta la Presidente-, provocan la sensación que lo que pretende en su caso es
alimentar el descrédito de aquellos que no piensan como ella, descartando de plano cualquier ejercicio de autocrítica.
Todas las personas tenemos la
capacidad de alcanzar la verdad y distinguirla de lo falso. De lo que se trata es de usar bien esta capacidad. No es precisamente lo que hace la
“comunicadora oficial” del gobierno, y ello
le está acarreando problemas crecientes cada vez que habla.
La conferencia de prensa ofrecida esta semana para explicar
por qué no viajará a China –
un viaje realmente estratégico si los hay-, sin aclarar ninguna de las preguntas que se le hicieron sobre sus denuncias de ataques a la “gobernabilidad” -provocados supuestamente por el vicepresidente Cobos-,
merece figurar en alguna antología sobre la esquizofrenia.
Porque no solamente
ofende a quienes advierten de inmediato la sinrazón de sus desvaríos orales, sino que
pone al país entero en aprietos políticos de los que salimos siempre maltrechos. Para evitar que esto ocurra, existen reglas cuya observancia permite evitar pronunciarse por medio del uso de ciertas
artimañas que pretenden oscurecer las evidencias de la verdad.
“¿Qué hay de grande aquí abajo?”, decía Séneca, “Elevar el alma por encima de las amenazas y las promesas. Lo verdaderamente grande consiste en tener un alma firme y serena en la adversidad, QUE ACEPTA TODOS LOS ACONTECIMIENTOS DE LA VIDA COMO SI LOS DESEARA”, concluye.
Quizá seamos demasiado optimistas al pretender que estos pensamientos permitan reconstruir el
lenguaje agresivo de un gobierno cuyos dirigentes actúan arrebatadamente sin medir las consecuencias de su “matonismo” cultural.
Algunos de sus integrantes, como
Aníbal Fernández y el diputado y esposo de la primera mandataria,
se suman casi diariamente a este lenguaje nervioso y denigratorio para defender algunas ideas que más les valiera no exponer con
tanta soberbia y tan poca prudencia.
El problema grave del gobierno consiste en que
todo se dirime agresivamente, sin método alguno, buscando solamente el fortalecimiento de
intereses personales que parecen ausentes de buenos propósitos.
Tenemos la impresión que no han bastado
seis años de desencuentros y arbitrariedades para convencerlo de que hay un modo clásico de construir la república, que está basado en
la razón, el conocimiento, el diálogo con los adversarios en el terreno de las ideas y la observancia de métodos analíticos que respondan a esas “razones matemáticas” a las que alude Descartes.
Lo que ha ocurrido con los Kirchner y sus seguidores, es que han elevado hasta límites nunca vistos la obsesión por mantenerse en el poder a cualquier precio, vulnerando estos pilares universales de la convivencia política y social.
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