sábado, 9 de enero de 2010

Como si fuera un mucamo lo quisieron despedir a Redrado

Por Roberto García

Antes de partir, hace pocos días, el primer enviado oficial de Barack Obama al país, Arturo Valenzuela, planteó: “Me preocupa la inseguridad jurídica en la Argentina”. Se escandalizó el kirchnerismo por ese diagnóstico hasta enrojecerse con las típicas diatribas contra el imperialismo, a pesar de que el funcionario norteamericano sólo amplificaba lo que infinidad de personas repetían hace tiempo.


Pero el episodio recuperó la esencia del dogma de Néstor Kirchner, expresado en España al poco tiempo de asumir como mandatario: no miren lo que digo, sino lo que hago. Y, al margen de palabras huecas, esta semana el kirchnerismo se permitió avalar a Valenzuela con la expulsión del cargo a Martín Redrado, titular del Banco Central, encendiendo una revuelta judicial, institucional, legislativa, política, seguramente económica.

Justo cuando parecía que el país se recomponía por el empuje internacional, llegó la equivocación malhadada, esa que según el perverso Tayllerand es más grave que el crimen.


Como si fuera un mucamo lo quisieron despedir a Redrado.

Con la prepotencia de patrón bonaerense, Aníbal Fernández lo apremió diciéndole que su jefa Cristina le había aceptado la renuncia –la cual el titular del Banco Central no había presentado– y que, en su lugar, ya había designado a Mario Blejer. “No me voy nada, soy el custodio de las reservas, tengo autonomía”, replicó Redrado, acantonándose en el edificio que preside para arrebato furioso del matrimonio.

No podía creer el dúo que ese mosquito le provocara una de las peores crisis, los conmoviera y les dejara una roncha que, es de confiar, no sea un bulto negro como la peste.

A ellos, ocurrirles este desatino, si son peso pesado que se cargaron militares, Iglesia, Justicia, Menem, De la Rua, Duhalde. Pero esa categoría boxística merece una revisión: esos poderosos han sido víctimas de mosquitos imprevisibles, como Juan Carlos Blumberg en su momento, Julio Cobos con la l25, Felipe Solá y Francisco de Narváez en la última elección.

De ahí que, enardecidos, además de insistir con otro decreto y una reunión de Gabinete (un acontecimiento extraordinario en sus vidas) para echar a Redrado, le hicieran decir a sus lenguaraces: “El titular del Banco Central cree que las reservas son de él, le pertenecen; se equivoca, son de este Gobierno, este Gobierno las acumuló”. Como si fueran propias, como si fueran los fondos de Santa Cruz.

Ese criterio sobre la titularidad de las reservas era, justamente, una de las razones por las cuales Redrado se oponía al último decreto de Cristina (tomar financiamiento del BCRA, en exceso a lo que autoriza la Carta Orgánica y se autodispensa del incumplimiento de esos límites), el DNU ya famoso sobre el Fondo del Bicentenario, el cual en un principio el propio titular del BCRA no sólo aceptó sino que hasta aplaudió en la ceremonia ad hoc, sin advertir que se trataba de una chambonada jurídica.

Tampoco él estuvo serio en esa ocasión, lo empujó la voluntad de congraciarse con la Rosada. Luego, claro, le llegaron las prevenciones y empezó a demorar la ejecución de la medida, o sea el traslado de unos 6.500 millones de dólares del Central al Tesoro.

Dilación que enojó al Gobierno, reclamante de ese dinero con una urgencia inusual –no hay compromisos inminentes con acreedores internacionales–, como si tuviera que salvar un asiento contable desconocido (como el del cajero infiel de un banco que saca plata de la caja para reponerla al final del día).

Más allá de la exigencia y la postergación, Redrado se apoyaba –se apoya, hay un dictamen jurídico de su propia institución que lo respalda– en que existe un riesgo cierto de que las reservas del BCRA sean embargadas por la existencia de un documento público que probaría –al menos una parte de las reservas– su aplicación a pagar obligaciones del Tesoro (como lo confesó el número dos del Banco Nación, Roberto Feletti).

O sea, que no tienen fines monetarios o propios del BCRA, son –como dicen los voceros oficialistas– reservas que acumuló el Gobierno, son de los Kirchner, como los fondos de Santa Cruz.

A Redrado, al margen de cálculos personales y contactos con opositores (desde el radicalismo a Francisco de Narváez, en los últimos meses), de una inquietud por la espiral inflacionaria en ciernes, derivada de esa decisión (de la cual no se preocupó demasiado en los últimos años de servicio a la pareja oficial), lo acometió otra realidad de sus abogados: podrían imputarle administración fraudulenta, incumplimiento de deberes y, sobre todo, malversación junto al resto del directorio, lo que además de prisión implica una multa de 20 al 50% de la cantidad distraída, unos l.300 millones de dólares en el caso de pena mínima.

Algunos entienden que Redrado actuó en consonancia con la opinión de Marcos Moiseeff (habría recomendado la vía parlamentaria como complemento de la instrucción del Ejecutivo), controvertido ideólogo legal del BCRA como gerente de asuntos legales, con influencia en los fueros de Capital Federal, especialmente en el Contencioso Administrativo, que será el que entienda en el amparo que presentará el expulsado titular del Central. Aunque más decisiva fue, dicen, una abogada de apellido Urquiza (otro dato para el galimatías: Moiseeff es el jefe de Abelardo Giménez Bonet, el abogado que representa al Central ante la UIF, escenario de la nueva batalla del Gobierno contra el monopolio Clarín por el tema del JP Morgan).

Como Redrado entonces se protegía con un “no me ordenen que cometa un delito”, lo echaron como a la primera mujer de Carlos Menem. Y, si no hubo necesidad de fuerza pública, fue porque el funcionario evitó una confrontación física –aunque de la CNV, cuando se atrincheró en su momento, hubo que echarlo del mismo modo– y se montó con un pedido de amparo a un limbo jurídico del cual piensa volver como titular del organismo otra vez, repuesto por el Congreso, la Justicia o la Santa Madre.

Ya logró ayer que la ahora reconocida jueza Sarmiento lo restituyera temporariamente en el puesto, ya que la Cámara –se asegura– modificará ese fallo. Algo así como el procurador de Santa Cruz, al que apartaron hace años del cargo Néstor Kirchner y Carlos Zanini, y a quien luego la Corte obligó a devolverle los atributos.

El entuerto judicial ahora se ramifica, igual que la discrepancia de poderes con el Legislativo (empiezan este lunes en el Senado): la misma jueza impidió que se aplique el DNU sobre las reservas, como señalaba Redrado, y su propio caso ingresó por demanda del Ejecutivo a la tutela de Norberto Oyarbide, el magistrado que saca todas las bolillas que los Kirchner quieren para sus exámenes, naturalmente por sorteo. Lo que se dice un casino, según el término italiano.

Le tocó a Miguel Pesce, el vicepresidente del Central, la fallida operación del traspaso de fondos (evitada tambien por trabas de la propia línea del banco), curiosamente un radical allegado a Cobos, luego “albertista” de Fernández –por lo tanto sobreviviente–, hoy a cargo de la institución con otros directores de ausencia repetida (Farías) o el presunto conocedor financiero Chodos, heredero de la patria contratista de la Cámara de la Construcción, quien habría sido el numen del DNU cuestionado por Redrado (aunque otros le atribuyen la autoría del engendro a Pesoa, el hombre que le llena los oídos de números a Néstor).

Claro, hasta la llegada del reemplazo, Blejer, quien dijo sí con demasiada facilidad y ahora se pregunta si no debe hacer públicas sus condiciones de economista ortodoxo para que alguien lo tome con seriedad.

Ya que no alcanza con otro comunicado de Adeba a su favor, como el poco explicable que este núcleo de bancos emitió reclamando la dimisión de Redrado. Sobre todo, si se lo compara con lo que ocurrió en 200l, cuando se lo pretendía despedir a Pedro Pou del BCRA (hecho que ocurrió finalmente siguiendo los procedimientos parlamentarios y con Pou pudiéndose defender) y la asociación de bancos de entonces afirmaba que esa expulsión debía ser por una causa clara, no por razones políticas ni por imputaciones falsas de lavado de dinero. Igual, ese proceso aceleró la brutal crisis posterior de la economía.

Sin comparar, lo cierto es que ahora los Kirchner aparecen disminuidos y con un núcleo técnico que los defiende en público que inspira reserva: los expertos Gullo, D’Elía (las reservas están para gastarlas en planes sociales), De Petri (no deben ser ciertas las versiones que lo asocian al hermano de Ricardo Jaime en una empresa de construcción), la diputada Conti (hablando de carpetas contra Redrado cuando, se supone, también Redrado debe tener carpetas sobre movimientos de capitales de ciertos personajes), al tiempo que el ministro Boudou se muestra como lo que parece ser: volátil, superficial, insolvente para explicar las medidas. En la AFA, como se sabe, los equipos de primera C no ganan los campeonatos de la primera categoría.




Lo deberían saber en Presidencia, ahora que disponen de fútbol para todos. Ya que tanta improvisación para gastar más (ya suman este mes 20% más de lo que era el gasto preelectoral), disponer y repartir no se explica sólo con la idea de lograr nuevas adhesiones de la gente. Justo cuando a éstas hoy –en apariencia, según las encuestas– no se las consigue con dinero

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