El martes, cuando veía venir la metralla kirchnerista, Martín Redrado habló con un amigo, que supo ser muy kirchnerista y que ahora se define como peronista a secas. "Les va a costar mucho juntar las manos para removerme", le dijo en esa conversación telefónica. Hablaba de la masa crítica de apoyo que esperaba encontrar en el Congreso para frenar la ofensiva oficialista, que incluye la oferta de recompensa por su cabeza.
Hermenegildo Sábat
La impresión que le quedó al amigo peronista de Redrado es la misma que recogieron otros políticos, esta vez opositores, que tomaron contacto con el aún presidente del Banco Central: el escenario de conflicto con el Gobierno no sorprendió a Redrado sino que, en todo caso, le funcionó como desenlace de una divergencia creciente, calculada hasta el detalle.
La resistencia de Redrado a liberar los más de 6.500 millones de dólares de reservas para pagar deuda, según la decisión que curiosamente la Presidenta pretende vestir con colores patrióticos, colmó el vaso de la escasa paciencia que muestra el kirchnerismo para con todos aquellos que no se allanan mansos y diligentes a sus planes.
Redrado le ha dicho a sus íntimos que no piensa renunciar. Que va a seguir en su cargo "sin bravuconadas, pero sin aflojar un centímetro". Que está convencido de haber obrado de acuerdo a sus deberes como presidente del Banco Central. Que entre ser demandado por el Gobierno por no acatar la decisión de Cristina y ser demandado por la oposición por permitir el manotazo a las reservas del Central, prefiere enfrentarse a un Gobierno al que -además y sobre todo- percibe en declive político irreversible. Y en el peor de los casos, ha dicho Redrado con cierta temeridad, "tengo a la sociedad a mi favor".
Algunos de sus interlocutores de estas horas, con todo, se permiten abrir una ligera duda acerca de su capacidad de resistir el castigo político que se avecina.
El Gobierno está convencido de que detrás de la jugada de Redrado, además de una búsqueda de posicionamiento personal que los exaspera, está la larga mano de Julio Cobos. De ese modo explican que Redrado haya recibido ayer, en plena crisis, al titular de la UCR, Ernesto Sanz, y al jefe de sus senadores, Gerardo Morales.
El vicepresidente se transformó definitivamente en una incomodidad política mayúscula para Néstor Kirchner y los suyos. Mucho tiene que ver la consistente supremacía que le dan todas las encuestas, hasta las que el Gobierno manda hacer a sus fieles consultores y no les permite difundir. Cualquier cosa que se oponga a sus designios parece tener impreso el sello de Cobos, según el muy difundido espanto oficialista.
Pero hay que decir que no todo lo que ve el kirchnerismo son fantasmas: entre Cobos y Redrado hay vasos comunicantes. Y en un punto, el resistente titular del Banco Central quizás esperaba ver llegar a Cobos galopando al frente del 7° de Caballería, listo para rescatarlo de los que pretenden quedarse con su rubia cabellera. La irrupción de Cobos, anoche, pidiendo un tratamiento urgente en el Senado de este grave entuerto institucional, puede ser esa tabla de salvación que Redrado anhelaba.
Para el Gobierno se abren dos vías de acción formal: el proceso de remoción de Redrado en el Congreso y la eventual denuncia en la Justicia por incumplimiento de un decreto presidencial.
En el Congreso ya nada resulta fácil para el kirchnerismo. Y algunas cosas son directamente imposibles. La situación de virtual empate en la comisión que debe pronunciarse sobre la remoción de los directores del Banco Central dejaría la decisión en manos de Cobos, que preside esa bicameral. El kirchnerismo se quemó con las retenciones y cuando ve a Cobos, llora.
En la Justicia, la base de la acusación podría ser el desconocimiento de Redrado a un dictamen de la oficina legal del Banco Central, recomendando cumplir con el decreto de Cristina y liberar las reservas. El Gobierno asegura que ese dictamen, piedra angular de esta porción de su estrategia, ya está firmado por los funcionarios correspondientes.
Una tercera vía de acción, menos formal, será la presión constante y creciente, pública y privada, a través de personas y entidades, de información y comentarios, para tratar de derretir la coraza que el presidente del Central -que el mismo kirchnerismo entronizó allí hace seis años- parece haber levantado a su alrededor. Un hombre importante del Gobierno se ilusionaba anoche: "Redrado está nervioso y repite un libreto aprendido". Y anunciaba que "vamos a hacer las cosas como enseñó Perón: en su medida y armoniosamente".
Claro que la armonía no es una materia en la que los Kirchner hayan logrado sus mejores calificaciones. Y ahora, con la fractura expuesta, cada día, cada minuto que pase con Redrado sentado en su silla, serán días y minutos de deterioro y costo político.
Si con la prometida apertura del canje para los bonistas en default, y la utilización de reservas para pagar deuda, el Gobierno pretendió dar una nueva prueba de amor a los mercados contrariando otra vez su libreto "progresista", acaba de sepultar esa intención unos cuantos kilómetros bajo tierra.
Este capítulo del grotesco tiene final abierto.
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