Por Juan Luis Peyceré
Mientras en la intimidad del poder se discutía cómo hacer para que Cristina Fernández se convirtiera en la figura principal del gobierno, llegó la renuncia de Martín Redrado, para imponerse nuevamente en el centro del escenario político.
En la lejanía refrescante del sur, el matrimonio Kirchner recibió la noticia e, inmediatamente, accionó el resorte de la reacción. Preparado para el momento, cobró fuerza en la voz de Aníbal Fernández, el vocero por excelencia: "Para nosotros, la renuncia no existe; hay que esperar la resolución del Congreso", dijo el jefe de los ministros y así completó el último paso de comedia; antes del inicio de febrero, al menos.
La descripción de los movimientos sobre el hasta hace horas titular del BCRA se hizo en los medios de comunicación y se la ha vivido como la novela del verano, según títulos y comentarios coincidentes. A pesar de ser una tragedia real, si se la comienza a observar como una desmesurada crisis de las instituciones.
En el caso específico de Redrado, sólo hay que recordar que, por instancias superiores, fue la máxima autoridad del gabinete nacional la que le exigió que renunciara, hace algunos días. Ahora, pide otra cosa, y no por capricho o por una toma de conciencia de que el camino es sólo la bicameral.
Más allá del caso Redrado, en los debates que suelen registrarse cuando los Kirchner y sus allegados directos se reúnen, hay dos cuestiones que provocan las voces más sonoras y muchas veces crispadas de esos encuentros: la figura presidencial y la gobernabilidad de dos años en el porvenir inmediato.
En un silogismo eventual, la conclusión debería ser el mantenimiento del poder más allá de 2011. Pero las urgencias son dominantes para los patagónicos, que ya no son los mismos desde la 125, las elecciones de junio último y una crisis política que no pueden manejar a la usanza K, como siempre había sucedido.
De esas discusiones en Olivos, bien reservadas, o las que no se filtran por los hielos de El Calafate, surgen los primeros interrogantes que las fuentes del poder dejan trascender, a pesar del recato impuesto: ¿Cómo dar a la figura presidencial el papel preponderante? ¿Cómo restar protagonismo a Néstor Kirchner, si no se ha podido lograr siquiera cuando este se refugió en su silencio, después de la derrota electoral?
Se sabe que el santacruceño pidió especialmente que se conociera su arrepentimiento por haber aparecido en un programa del canal siete de corte netamente oficialista. Pero ambos saben que no alcanza con esas actitudes.
El protagonismo de Cristina es clave para dar algún vigor al momento político que le toca vivir al kirchnerismo. "Es una cuestión de gobernabilidad, que tiene mucho que ver con el sello que impone el peronismo", estiman, muchas veces en voz alta, colaboradores de la actual administración, preocupados. Porque, como suelen repetir casi como si se tratara de una regla grabada a fuego, "en el peronismo, se perdonan las traiciones, los cambios de veredas según la conducción, pero no las derrotas". Y esto se aplica al 28 de junio, pero, mucho más, a una de sus consecuencias: la pérdida de liderazgo.
El tema es parte de esas discusiones en la intimidad de los patagónicos. ¿Quién es el líder, Néstor o Cristina? Seguramente, la respuesta que dan las evidencias no dejan mucho margen para las dudas. "Yo quiero ayudarla", dijo, esta semana, el ex presidente, y dejó un espacio muy amplio para la definición de quién es el que está más débil en el matrimonio, cuando se trata de establecer ese rigor del liderazgo.
Por ese motivo y no por otro se escuchó la voz de Aníbal Fernández rechazando la renuncia de Redrado: "Nada de renuncias, a él lo echó la presidenta", fueron sus conceptos, casi en el mismo momento en que el funcionario del Central hacía su anuncio en el hotel Marriott Plaza. Como una secuencia más de la tragicomedia, se esperaría al martes para que la comisión bicameral, con la batuta de Cobos, defina formalmente. Si es que lo hace.
De regreso a la situación de la presidenta en el nuevo escenario político, habrá que observar detenidamente cómo se refuerza su figura. Se ha buscado "ablandar" su estilo de discurso y, en algunos casos, durante la semana, lo que podría suponerse como un cambio en su postura se ha convertido en una caricatura poco grata de lo que es Cristina.
"Ella no puede ir contra su esencia; es una mujer política que no puede buscar ser más aceptada o más amigable por la vía de los chistes, los mohínes o expresiones que le caben mejor a Hugo Chávez". La frase resonó en los pasillos de la Casa Rosada el jueves, tras una visita con mensaje presidencial en el Gran Buenos Aires.
Tampoco debe sorprender la posición que adoptó el titular de la CGT, cuando reconoció que "algunos muchachos" no están de acuerdo con Kirchner como jefe partidario, luego de que trascendieran algunas expresiones de diputados peronistas con una carga crítica a la conducción del "movimiento". Lo que el camionero Hugo Moyano quiso decir es que lo que se hizo público de una reunión en Pinamar no es algo poco común. Pero también dejó constancia de que eso no significa que se haya comenzado una campaña "contra la figura de la presidenta".
El sindicalista, que se ha convertido en uno de los pilares de la actual administración del gobierno nacional, sabe de su grado de compromiso con el kirchnerismo, pero se cuida con sus explicaciones ambiguas. También tiene grabado a fuego en su interior que, en el peronismo, pueden perdonarle sus "pasos" por distintas veredas, pero nunca querría estar atado al carro de algún perdedor.
Para él, salvaguardar la figura presidencial es, hoy, también un recurso de la coyuntura, pero para tener garantías propias. ¿Qué harán Moyano y los suyos, por ejemplo, si Néstor decide, en la segunda semana de marzo, rehacerse del cargo de titular del justicialismo? Dependerá de "los muchachos" y de lo que el patagónico ofrezca.
Las dos preocupaciones dominantes en las discusiones internas de los K afloran. Regresarle protagonismo a Cristina, para que, desde la gestión, se intente aquel promocionado cuatro por cuatro, que parece tan lejano, es una tarea tan compleja como el aceptar que su marido deje de insinuar su deseo de liderazgo. Ambos y sus más cercanos colaboradores incurren en un error: desde Juan Perón hasta la fecha, en el peronismo, sólo hay un jefe. No hay posibilidades, en las matemáticas de ese sector dominante de la política argentina, para demostrar lo contrario. El sistema de "cupla" o de "doble comando", como la opinión pública lo quiera llamar, es un fracaso.
De no ser así, ni la disidencia partidaria hubiera tomado tanto espacio ni la oposición más lejana hubiese adelantado sus andanadas en la primera etapa del verano, sin esperar a las ordinarias del Congreso.
"Tampoco se habría tenido que ir uno de los hombres más valiosos de la administración, como lo ha sido el procurador general del Tesoro, Osvaldo Guglielmino, el funcionario que mejor defendió a la Argentina cuando, en los foros internacionales como el CIADI (un tribunal implacable), resolvió, con un equipo propio, situaciones extremas de demandas para el país". La confesión se escuchó al finalizar otra semana intensa en varias oficinas de la Casa Rosada.
Lo curioso es que ese reconocimiento a la labor profesional de Guglielmino tuvo, también, un costado político importante, que él jamás hubiera querido. Porque al procurador le endilgaron la responsabilidad de no haber previsto, detectado o resuelto la problemática judicial en la que se vio metido el gobierno, cuando avanzó sobre el Banco Central.
En el más estricto de los off the record , funcionarios del primer piso del edificio de la calle Balcarce sostienen que, en realidad, el responsable de esa estrategia fue Carlos Zanini. "No iba a pagar el secretario Legal y Técnico, y mucho menos si se admite, como todos admitimos, que la palabra del "Chino" es la palabra de Néstor", dicen. Esta semana, asumirá el nuevo procurador, Joaquín Rocha.
El Calafate es el lugar ideal que han encontrado los Kirchner para trazar estrategias o contraofensivas políticas, como a ellos les gusta decir. "Hay que recuperar protagonismo antes de que termine el verano", ha dicho el santacruceño a varios intendentes bonaerenses y de alguna que otra provincia que, desesperados, han ido a verlo en medio de los sacudones de enero. Esto, si es posible, implica también ofrecer a su esposa la perspectiva de mostrar una acción directa y concreta y propia, por aquello de la proyección de su sombra sobre la figura de ella. El primer paso será convocar, en febrero, a los gobernadores.
Si bien no es oficial y todavía no hay una agenda, sólo borradores en carpeta, la idea es que, antes de que se inicien las sesiones ordinarias del Congreso y Cristina Fernández las abra con un discurso muy esperado, la presidenta encabece una cumbre de gobernadores que, en principio, incluiría a todos. De no ser factible por las presiones partidarias (en especial, las radicales), sólo sería para justicialistas y aliados, como el santiagueño Gerardo Zamora. "Vamos a hacerla en la quinta de Olivos y ya Oscar Parrilli se está encargando del asunto", dijo un vocero, en forma no oficial.
Sin dudas, la reunión contará con todo el esfuerzo de la propaganda oficial, con las mejores fotos de Cristina federal. De todos modos, y más allá de lo simbólico o de la intención de aportar protagonismo a la presidenta, habría una intencionalidad oculta (o no tanto) que no puede disociarse del estilo K.
Se trata de buscar el respaldo de los mandatarios de todo el país al Fondo del Bicentenario, que deberá pasar por el filtro parlamentario. En esa cumbre, se hablará de los asuntos y necesidades de las provincias, y los gobernadores, posiblemente, puedan entender las bondades de un fondo de recursos como los que podría proveer el Central.
Otra lectura más afinada de ese encuentro todavía en su fase preparatoria, se ajustaría más a lo que es la llamada genética política K. Simplemente, se podría deducir que, como contrapartida de los beneficios que el Fondo del Bicentenario puede aportar los mandatarios, influyan sobre sus legisladores para que se alcance una mayoría suficiente. Caso contrario, podría aplicarse el perverso sistema de los envíos con "cuentagotas". Si se tiene en cuenta que el rojo es el color predominante en las arcas de los Estados provinciales, el método de aplicación constante desde hace casi siete años jugaría el papel de siempre.
De todos modos, en la doble visión, ese posible encuentro de febrero tiene varios reparos desde la más sencilla óptica de análisis político. Como primera medida, hoy por hoy, como están dadas las condiciones en el ámbito legislativo nacional, son pocos los diputados y menos los senadores que podrían escuchar con sonido de orden o mandato lo que pueda decir un gobernador. Como segunda, ya hay muchas cartas echadas sobre la mesa; la menor denuncia de una maniobra de esas características propias del oficialismo podría convertirse en un bumerán político de consecuencias aun más graves que las que toca vivir a los K en estos tiempos.
No queda mucho espacio estratégico. En el gobierno, dicen que cada paso deberá ser bien estudiado. Se han cometido errores que crearon figuras como las de Julio Cobos y, seguramente, ahora, la de Martín Redrado. Resistió, se abroqueló, denunció, renunció y criticó. Lo que haga de aquí en más el ex del Central es pura conjetura, porque, hasta el momento, radicales y disidentes del justicialismo niegan, en sus conversaciones reservadas, que lo hayan "aconsejado", pero, para la opinión pública, inmersa en un estado de sospecha y desconfianza, es un paso para la captación de su figura.
El caso del vicepresidente sigue siendo el factor de irritación constante que hasta puede competir con el debate interno sobre el futuro opaco que amenaza a Cristina.
Néstor Kirchner prometió que no se va a meter con Cobos en sus discursos partidarios. Lo hizo entre los suyos, que son los más preocupados y los que le creen.
Cristina Fernández está enojada con su vicepresidente y lo expresa. No sólo la afectan sus apariciones con definiciones políticas, también le cae muy mal (así lo aseguran sus allegados) que el mendocino reciba, en su despacho del Congreso, a muchas figuras de la política; pero, especialmente, a los peronistas.
"Es una provocación de Cobos y de los disidentes también", dicen esos colaboradores presidenciales. Conversaron con el vicepresidente nada menos que Felipe Solá y "Chiche" Duhalde y es por ese lado que, en Olivos, señalan la preocupación que les genera, porque, además, siempre ven una conspiración latente.
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