Por Eduardo van der Kooy
Cristina debió desdecirse ayer de lo que había afirmado, en público, en más de una ocasión. Que el desplazamiento del titular del Banco Central era un resorte exclusivo de la Presidenta. Que la consulta parlamentaria era secundaria y, casi, un trámite burocrático.
Es probable que se haya visto ayer en público
la peor versión política difundida hasta ahora de
Cristina Fernández. Tal vez sólo semejante a la que reprodujo una vez
cuando era senadora, en el 2005,
al maltratar en el Congreso al entonces vicepresidente
Daniel Scioli.
La Presidenta mostró una evidente
incontinencia de gestos crispados y palabras agraviantes, en especial cuando respondió un puñado de preguntas de los periodistas.
Esa imagen errática, inquietante, se corresponde, quizá, con el tiempo que le toca atravesar a su Gobierno.
La destemplanza de Cristina podría explicarse, a lo mejor,
desde su propia incapacidad para procesar lo que constituye otra vez, en medio de un conflicto,
una derrota política. Una derrota módica, es cierto, pero que el matrimonio presidencial pudo haber evitado si hubiera procedido con
sentido común cuando decidió desplazar a
Martín Redrado de la jefatura del Banco Central.
El traspié de los Kirchner representa, a la par, una victoria pequeña para un funcionario que, como Redrado, tiene echada, antes o después, su suerte en el poder. El titular del Central se había atrincherado sobre dos argumentos:
su desplazamiento carecería de valor sin la consulta a la Comisión Bicameral parlamentaria; de igual modo, según dos informes técnicos y jurídicos que recibió de la Gerencia de
Reservas Internacionales de la entidad,
la utilización de reservas por parte del Poder Ejecutivo debería contar con la venia del Congreso, tal como sucedió cuando la Argentina saldó en el 2005 su deuda con el
Fondo Monetario Internacional. Hubo entonces un DNU, como ahora, aunque combinado con un proyecto de ley.
Cristina debió desdecirse ayer de lo que había afirmado, en público, en más de una ocasión. Que el desplazamiento del titular del Banco Central era un resorte exclusivo de la Presidenta. Que la consulta parlamentaria era secundaria y, casi, un trámite burocrático.
En el decreto con el cual pretendió echar a
Redrado consignó tales apreciaciones y adujo, además, que aquella consulta era imposible porque Diputados no tenía designadas las autoridades de las comisiones y el Senado ni siquiera poseía esas comisiones.
Pues bien, ayer le ordenó a
Eduardo Fellner, el presidente de la Cámara de Diputados, que al menos las comisiones de Presupuesto y Hacienda y Finanzas, designen titulares para que se puedan integrar a la Comisión Bicameral. Faltarían los dos senadores pero está
Julio Cobos, el quinto miembro que la conforma. Con tres legisladores esa Comisión tendría quórum para empezar a considerar el relevo de Redrado.
Al volver sobre sus pasos, la Presidenta habría intentado concederle cierto orden de procedimiento al conflicto. Pero
no existe ninguna garantía de que, con facilidad y rapidez, pueda sacarse el conflicto de encima. ¿Por qué razón? La Comisión Bicameral debe hacer una
recopilación de antecedentes y un proceso sumario con declaraciones de las partes y de sus defensas. Para ser ilustrativos: el desplazamiento de Pedro Pou como jefe del Central durante la administración de la Alianza insumió dos meses y medio con un informe final de más de 500 fojas.
¿Logrará la jugada de los Kirchner disparar la salida voluntaria de Redrado? No había, hasta anoche, ningún indicio de que eso pudiera ocurrir.
El objetivo del titular del Central es que se cumpla también con la cuestión de fondo: someter a la consideración del Congreso la creación del Fondo del Bicentenario. Cristina ha rechazado esa posibilidad. Rechazó además la convocatoria a sesiones extraordinarias.
Redrado seguiría por otro tiempo como un rehén en el Central, como un funcionario con los poderes recortados y un directorio -o
algunos directores- que se ocupan de hostilizarlo.
Las instrucciones, se sospecha, las dicta en algunos casos el propio
Néstor Kirchner. El ex presidente ha acumulado un hondo rencor contra Redrado. Un rencor incubado, tal vez, por la decepción: varias veces lo tuvo en cuenta para el Ministerio de Economía, cuando la salida de
Roberto Lavagna inauguró una época de inestabilidades en esa cartera.
Kirchner confiesa ahora, amargado, que habría fracasado en la meta de recuperar a Redrado para una imprecisa “causa popular”.
Encima del conflicto con Redrado, los Kirchner parecieran dispuestos a potenciar otro conflicto: el que mantienen con Julio Cobos desde que el vicepresidente laudó la resolución 125 en favor del campo. A Redrado el matrimonio quiso despedirlo con un decreto. Sobre Cobos han comenzado a desatar
una ofensiva política para doblegarlo. Más que eso: para que renuncie.
Pareció indisimulada ayer la intención de Cristina de minimizar su paso atrás y una derrota política objetiva
agigantando la confrontación con el vicepresidente. El episodio de la confrontación es, en sí mismo, de suma gravedad institucional. Lo es más, aún, porque la Presidenta anunció la suspensión del viaje a China que debía iniciar este fin de semana para no dejarle el interinato a Cobos. Aseguró que el vicepresidente no cumple con su papel constitucional.
Esas crisis, a juicio del matrimonio, tiene una dimensión mayor que el episodio de Redrado y las reservas del Central.
A los Kirchner se les pasó el tiempo del posible juicio político al vicepresidente. Lo pensaron mientras tuvieron mayoría en el Congreso pero nunca pudieron ejecutarlo. Desde el 10 de diciembre han perdido esa mayoría.
Ahora quieren sacarlo a los empujones, con recurrentes aportes de Aníbal Fernández, de Alberto Balestrini o de Agustín Rossi.
Si Cobos tiene temple para soportar la embestida, quizá consolide lo que viene insinuando desde el conflicto con el campo: ser el presidenciable que
más provecho saca de cada zarpazo kirchnerista.
Los Kirchner están convencidos de que el vicepresidente urdió una trampa con Redrado y la oposición para bloquearle el uso de reservas. Hasta insinuaron su connivencia con el juez neoyorquino Thomas Griesa que atiende las demandas de los “fondos buitres”.
Son
las infalibles desmesuras de los Kirchner, como lo fue también la suspensión del importante viaje a China.
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