Por Eduardo van der Kooy
Se profundiza la pelea de los Kirchner con la Justicia. Incluso con la Corte. El Gobierno carece de interlocutores aptos. La crisis por el Central abrió fisuras en el Gabinete y disparó un despido. Anticipó la renuncia de Redrado e hizo aflorar enojos en el peronismo bonaerense.
Néstor y Cristina Kirchner parecen empeñados ahora en demoler hasta las cosas que en otro tiempo, con conciencia o sin ella, hicieron bien. Acaban de sumar a la Justicia, a la propia Corte Suprema que supieron remozar, al inagotable universo de sus peores enemigos. De aquellos que estarían tramando, según esa óptica, una conspiración de dimensiones homéricas.
O algo extraño estaría sucediendo en la Argentina que sólo la sensibilidad de los Kirchner parece en condiciones de captar o, como señalaría cualquier folleto básico de psicología, el matrimonio parecería enredado en un peligroso designio de autodestrucción política.
Antes de incorporar a la Justicia en la nómina de malvados, los Kirchner habían redoblado la presión para intentar tumbar a Julio Cobos. Se le endilgó formar parte de un plan desestabilizador junto al desplazado titular del Banco Central, Martín Redrado.
Bastó que el vicepresidente, como integrante de la Comisión Bicameral que debe juzgar a Redrado, ajustara algunas conductas y tiempos a las necesidades del matrimonio para que aquella ofensiva menguara. Nadie del coro kirchnerista reclamó la semana pasada el apartamiento de Cobos.
La ira de los Kirchner es hoy contra la Justicia. Casi en una misma saga están los medios de comunicación, los opositores, los peronistas que disienten, llamados "traidores". Son apenas las menciones del último tiempo.
Las Fuerzas Armadas, la Iglesia, las fuerzas de seguridad -en especial la Policía- y los "grupos económicos" asoman como veteranos integrantes de esa lista de enemigos.
Hay una fauna humana, aunque también una zoológica: la Presidenta advirtió la última semana sobre el acecho de los buitres, de adentro y de afuera. Pareciera haber en ciernes una verdadera tragedia, de la cual los argentinos comunes no se habrían percatado.
Entre tantos desagradecidos y tantas pérdidas, los Kirchner sumaron en los últimos tiempos una modesta alianza. El trato con la AFA. La televisación del "fútbol para todos", que se estaría tornando insostenible para las arcas del Estado y que explicaría, entre una parva de motivos, la necesidad y la premura del Gobierno para definir el conflicto con Redrado y poder hallarle una salida a la utilización de las reservas del Central, etiquetadas como Fondo del Bicentenario.
Ese conflicto no expirará con la salida de Redrado ni con la opinión de la Bicameral. Perdurarán los profundos recelos internacionales por muchas cosas que desnudó el escándalo. También las fisuras abiertas en el Gobierno que, como primera manifestación, produjo el alejamiento del procurador del Tesoro, Osvaldo Guglielmino. El hombre colaboró con Carlos Zanini, el secretario Legal y Técnico, en la estrategia del uso de las reservas y en el modo de enfrentar las réplicas judiciales. Se cortó el hilo por el lado más delgado, como suele suceder.
Zanini es el último funcionario de confianza que le queda el raído circulo de decisiones de los Kirchner. Guglielmino llegó a la Procuración casi de casualidad: en ese lugar, originalmente, había sido designado el santacruceño Carlos Sánchez Herrera. Tuvo que renunciar cuando se supo que había sido abogado defensor del ex jefe policial durante la dictadura, Juan Bautista Sasiaíñ.
Los Kirchner recurrieron con presteza para cubrir la vacante de Guglielmino a Joaquín Da Rocha. Se trata de un penalista dedicado hace años a la actividad privada. La especialidad es lo de menos: conoce el recorrido serpenteante entre el poder y la Justicia. Estuvo antes en la Justicia bonaerense y en el Consejo de la Magistratura.
El matrimonio siente una enorme orfandad con el Poder Judicial. El ministro del área, Julio Alak, como otros ministros, parecen satisfechos con su labor sólo cumpliendo el protocolo de la asistencia. Aníbal Fernández, con sus modos, provoca más desagrado que otra cosa. De su tránsito por el Ministerio de Justicia quedó una relación resentida con la Corte Suprema.
Los Kirchner desconfían de esa misma Corte que renovaron cuando era imperioso para ellos la construcción de una expectativas social que no había sido registrada en el 2003 por el magro caudal de votos. El ex presidente apunta al lote de miembros que vienen de una etapa anterior.
¿Quiénes son? Carlos Fayt, a quien un amparo lo autoriza a seguir como juez pese a haber superado el límite de edad jubilatoria. Enrique Petracchi, que asumió en 1983 como producto de un acuerdo radical-peronista y Juan Carlos Maqueda, convertido de senador en juez durante la emergencia de Eduardo Duhalde.
Tampoco han sido bien recibidas, en los últimos tiempos, opiniones de los nuevos integrantes. Sobre todo de Ricardo Lorenzetti y Carmen Argibay. Pero el mayor fastidio del matrimonio caería sobre Petracchi.
El kirchnerismo supone que las juezas de la Cámara que prohibió usar reservas al Banco Central y delegó en el Congreso el conflicto con Redrado -Marta Herrera y Clara Do Pico- serían discípulas del magistrado. Petracchi no habría movido un dedo para torcer el sentido de ese fallo.
Al primero de los dos conflictos el Gobierno parece haberle encontrado un escape que el tiempo dirá si no se trata, en verdad, de una emboscada. Redrado terminó, al final de agotadores cabildeos, renunciando al Banco Central, pero ese trámite y sus secuelas -entre ellas las denuncias del economista- provocaron daños incalculables a los Kirchner.
Habrá que analizar, además, el contenido del consejo de la comisión parlamentaria que terminaría avalando la decisión presidencial. Aunque antes de hacerlo, Cobos y Alfonso Prat Gay -nadie sabe qué hará el kirchnerista Gustavo Marconato- piensan elevar a Cristina una nota preguntando si es necesaria la conclusión de la Bicameral con la ida de Redrado consumada.
Los Kirchner ahora quieren ese veredicto que tanto trataron de esquivar porque, con el pleito saldado, desean que la oposición (Cobos y Prat Gay) se exponga a un veredicto que, según sea, también tendría costos para ella.
El vicepresidente y el economista de Elisa Carrió habrían coincidido en que la conducta de Redrado fue correcta al bloquear las reservas del Fondo del Bicentenario. Pero en la prolongada exposición del ex jefe del Central habrían detectado muchas debilidades de su gestión anterior. Ligadas en especial a los esfuerzos por encubrir la inflación.
Cobos y Prat Gay. en cambio, nunca habrían podido resolver una diferencia. El diputado de la Coalición planteó que antes de iniciar sus sesiones la Bicameral debía solicitar la derogación del DNU con el cual la Presidenta había echado a Redrado y soslayado el papel del Congreso. Pero aquél planteo terminó arrastrado por la resistencia kirchnerista, las presiones de los Kirchner y los apuros.
Cobos prefirió eludir esa discusión porque hubiera estirado los plazos de la Bicameral. Fue una de las impugnaciones que hizo Redrado cuando el viernes presentó su renuncia. Fue también otra corroboración de que el ejercicio político e institucional en la Argentina circula por una alcantarilla.
Veamos. Cristina quiso despedir a Redrado por decreto. Luego se doblegó ante la presión del Congreso. Redrado pidió la derogación del DNU antes de declarar. Era una condición necesaria para convalidar la actuación de la Bicameral. No existió tal derogación pero igual se presentó a declarar. Terminó renunciando antes de que la comisión se expida. El Gobierno que lo quiso echar por decreto y le impidió el ingreso al Banco por la fuerza pública ahora se niega a aceptarle la renuncia. Una pintura de comedia y tragedia política.
Pareciera claro, a esta altura, que Cobos navega con soltura las aguas de la confrontación con los Kirchner cuando esas aguas están mansas. El encrespamiento lo atribula. Las definiciones tajantes también. Por eso estima que, con Redrado fuera de la escena, sería estéril un pronunciamiento de la Bicameral. Su voto será, en cualquier circunstancia bajo cualquier argumentación, a favor o en contra de los Kirchner. Así de simple. Un dilema para el vicepresidente y los radicales, que desde el conflicto con el campo pretendieron erigirse en la contracara kirchnerista.
El peronismo también tiene su dilema. ¿Hasta cuándo soportar la conducción forzada de Kirchner? Hace rato que muchos peronistas bonaerenses, alistados con el matrimonio, venían de un conciliábulo en otro. Ocurrió que ahora resolvieron hacerlos públicos para ventilar, como admitió Hugo Moyano, el disconformismo con el ex presidente y con el Gobierno. Esa decisión disparó un cruce del sciolismo contra Sergio Massa. El intendente de Tigre se hace el desentendido aunque murmura que el ex presidente y el gobernador están agotando su tiempo político.
¿Carlos Reutemann piensa igual? El senador regresa de Nueva York para mostrarse con los principales dirigentes del Peronismo Federal. El último día del año pasado, en su campo, le dijo a un empinado peronista que su postulación sigue en pie. Envió la semana pasada un correo a un kirchnerista crítico.
Kirchner decidió reasumir la conducción del PJ en el Chaco porque no pudo elegir otro lugar. Ese vaho de inocultable debilidad empieza a penetrar el partido. El peronismo juramenta siempre que al líder que deja de serlo se lo acompaña al menos, como señal de reconocimiento, hasta las puertas del cementerio. Podría suceder que no pocos peronistas crean estar divisando esas puertas a la vuelta de la esquina.
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