sábado, 30 de enero de 2010

Redrado, el último de una larga lista de desertores

REDRADO. El "okupa" del Banco Central, como lo llamó la Presidenta, es el último de una larga lista de desertores que reflejan la incapacidad del Gobierno para negociar.

Por James Neilson

Ya es evidente que la capacidad de Néstor Kirchner y señora para cometer errores gratuitos no tiene límite. Que sea así es lógico. Hace aproximadamente tres años, la mayoría de sus compatriotas optó por tomar un camino que, con suerte, andando el tiempo la llevaría al “país normal” con el que todavía sueñan algunos optimistas irremediables. Pero ellos, tan testarudos, se negaron a acompañarla, con el resultado de que se han alejado mucho de la Argentina actual.


En el país ficticio, uno que guarda cierto parecido con la Argentina del 2004, en el que la pareja se ha internado, el pueblo sigue aplaudiendo sus atropellos como hacía cuando el presidente Néstor, apoyado por un Congreso complaciente y beneficiado por una economía en franca expansión, a diario fulminaba a militares, empresarios extranjeros, jueces menemistas, oligarcas rurales, neoliberales y otras alimañas.

En el país real, la gente está harta de su arbitrariedad y soberbia, el Congreso, rejuvenecido por las elecciones de junio del año pasado, está despertándose de su larga modorra, la economía cruje y los malos más malos del interminable culebrón nacional no son liberales sino kirchneristas como Luis D’Elía y Hugo Moyano. Aunque los líderes de las diversas agrupaciones opositoras les suplican a los Kirchner trasladarse al país real, asegurándoles que les perdonarán sus pecados con tal de que se comporten como es debido, los dos insisten en que se quedarán donde están.


En lo que en otra oportunidad se hubiera tomado por un arranque de lucidez, la presidenta Cristina Fernández atribuyó sus tribulaciones más recientes a su propia personalidad. Confesó que “no tendremos el mejor carácter del mundo, no seremos los más simpáticos”. Tiene razón, pero desgraciadamente para ella, y para el país, es cuestión de algo que es mucho más grave que la propensión que comparte con su marido a estallar de ira toda vez que alguien se anima a contradecirla y a tratar a todos los demás como si fueran sus sirvientes.

Sucede que a los Kirchner no les gusta para nada la democracia. En su universo particular, no existen instituciones autárquicas, autónomas o independientes.

En el léxico privado de los Kirchner, consensuar, dialogar, negociar son malas palabras porque presuponen cierta voluntad de hacer concesiones, lo que para ellos equivaldría a resignarse a la derrota, mientras que tolerancia es sinónimo de debilidad. Para ellos lo que busca la oposición es domesticarlos, humillarlos, atraparlos en una red jurídica que no les permita moverse con la soltura de antes.

Aun antes de caer derrotados a manos de aquellos chacareros oligárquicos y sus aliados, los “generales mediáticos”, los Kirchner y sus simpatizantes apenas presentables se pusieron a obrar con torpeza paquidérmica.
 
En cuanto la realidad se les volvió hostil, decidieron cambiarla por otra a su medida. El reemplazo del INDEC, una institución muy respetada internacionalmente, por una usina de propaganda oficialista fue un síntoma de lo que ocurría en el kirchnerismo. A partir de entonces, los santacruceños viven en un mundo de fantasía poblado de conspiradores siniestros, auténticos monstruos salidos de las páginas de textos marxistas y nacionalistas, que está tan alejado de aquel que efectivamente existe como el elegido por Don Quijote. El Caballero de la Triste Figura se las ingenió para hacer de los molinos de viento gigantes perversos.
 
Los K acaban de convertir a Martín Redrado, un tecnócrata flexible formado en Harvard cuyas ideas distan de ser populistas, en un héroe de la seguridad jurídica y paladín de la defensa de las reservas nacionales contra los tentados a saquearlas. Incluso Pino Solanas, con el que, su condición de producto de la clase media porteña aparte, Redrado no tiene nada en común, se ha sentido constreñido a brindarle su apoyo en su lucha por aferrarse a su puesto.
Si bien un tanto tardíamente, las “revelaciones” acerca del pasado neoliberal de Redrado indignaron sobremanera a los kirchneristas más rudimentarios, pero acaso sus caciques deberían sentirse más alarmados por la mutación, es de suponer, pasajera, del discurso de la mismísima Presidenta.

 Se convierte en algo excluido del mercado de capitales que por lo tanto tiene que pagar tasas de interés usureras. De haberse manifestado Cristina así dos años antes, los medios extranjeros más influyentes no la hubieran calificado de “déspota”, como acaba de hacer El Mundo madrileño, “irresponsable” o “populista”, sino de una especie de Margaret Thatcher sudamericana, lo que en términos económicos por lo menos no le hubiera perjudicado para nada. Logró convencer a los extranjeros y nativos que están preocupados por tales cosas de que la Argentina es un auténtico manicomio en que todo es posible.

Claro, a esta altura pocos creen que Cristina se haya arriesgado tanto por entender que al país le convendría reconciliarse con los mercados de capitales. En opinión de casi todos, lo que realmente quiere la Presidenta es rellenar la caja con plata sacada de las reservas para gastarla en un intento desesperado de comprar el apoyo mayoritario de cara a las elecciones presidenciales del 2011.

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