Por Julio Barbaro
Ambas alas de la ubicación ideológica aparecen
más democráticas y lógicas que la agresiva y pretenciosa izquierda actual. Somos un país que disimula las ideas en el folclore del pasado, que las oculta en la simpatía de los candidatos o en la memoria de
Yrigoyen o
Perón, o en la ética de la gente de bien o en los economistas de moda. Y así nos va.
Desde los fondos de pensión hasta el espacio que debe ocupar el Estado, desde las inversiones extranjeras hasta el saqueo de varias privatizadas, desde el lugar de las tragamonedas hasta lo público gratuito y lo privado pago, desde la política en serio hasta el juego del distraído, todo está por ser discutido y por proponer.
Ahora, los defensores del Gobierno nos avisan que todo el resto del espectro se encuentra más a la derecha, cosa que puede llegar a ser cierta, pero esa teoría del mal menor no puede santificar
el caótico sistema de gobierno actual.
El personalismo y el malhumor, la división del mundo en obsecuentes y enemigos, esas y otras posiciones extremas no pueden encontrar justificación en esa teoría. Y ni hablemos de una masa de funcionales funcionarios, capaces de sobrevivir a Menem y Kirchner hablando del clima y del futuro de la humanidad,
sin formación ni talento, sólo decididos a hacer del poder su forma de vida y de la indignidad una bandera.
La política necesita de políticos, no de fiscales ni de obedientes, de enojados ni de calmos; exige ideas y propuestas y cuadros políticos al servicio de ese pensamiento. La política requiere de partidos, no de un conjunto de pícaros que se acomodan a los tiempos cambiando los discursos según la atenta mirada del mandamás de turno.
Como viene el mañana, a los radicales y sus aliados les queda libre el espacio de una centroizquierda moderna, y a los restos del peronismo, la otra ala de este sistema que, esperemos, levante vuelo y haga política con las ideas y la ejecute
con la pasión de los que creen en algo.
Ya no seremos más peronistas o radicales, tomaremos el ayer como el digno lugar donde nacimos y nos ocuparemos del mañana que nos urge construir.
Hay tan poca esperanza en las calles que este tiempo puede estar anunciando un mañana político maduro y definitivo, que estamos obligados a intentar.
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