miércoles, 3 de febrero de 2010

El ex presidente parece haberse propinado un autogolpe difícil de comprender



Por Eduardo Van Der Kooy

El caso es una derivación del pleito en el Central. Parece haber desconcierto en el oficialismo.

La política del Gobierno ha fracasado otra vez de manera estrepitosa. Los DNU de Cristina Fernández para crear el Fondo del Bicentenario e intentar desplazar a Martín Redrado del Banco Central -quien al final renunció- fueron sólo un reflejo del desconcierto de un Gobierno que ha perdido la estrategia y carece de método en su toma de decisiones.


Aquel desmanejo parece tener correlato con la forma pública en que escaló la noticia sobre la adquisición de dos millones de dólares por parte de Néstor Kirchner cuando en el 2008 afloró la crisis económica internacional.

La historia tiene, inevitablemente, miradas bajo cristales diferentes. La legalidad o no de esa operación deberá determinarla la Justicia. Ni siquiera en la oposición hay unanimidad de criterio acerca de ese punto. Pero existe otra percepción, mucho mas vulnerable a los ojos de la sociedad, que tiene que ver con una noción elemental de ética y de sentido común.

Esa noción pareciera extraviada frente a esta simple línea argumental. Es cierto que Kirchner realizó aquella operación financiera en su carácter de ex presidente. Nunca ese carácter podría asemejarse a otro en la historia argentina. Ni al de Arturo Illia ni al de Eduardo Duhalde, por citar dos casos.

¿Por qué razón?. Porque Kirchner es un ex presidente que cogobierna, según una calificación piadosa, junto a Cristina Fernández, su esposa. Porque es también quien, sin disimulos, hace ostentación de poder. Porque conduce además --reasumirá formalmente el cargo en marzo-- el partido oficial, el peronismo.

Si Kirchner, cuando realizó aquella operación cambiaria, no tuvo en cuenta ninguno de esos matices, incurrió en gravísimos errores. Esos errores podrían reconocer dos origenes: la falta de sensibilidad política y social que en algún tiempo supo tener o la consolidación de un sentido de impunidad que sucede cuando el poder que se administra tiene pocos límites. O no los tiene.

En las últimas horas, mientras el affaire de los dólares crecía, fue posible recoger palabras desencantadas en muchos dirigentes peronistas y también en sectores que siguen adhiriendo al kirchnerismo. El ex presidente parece haberse propinado un autogolpe difícil de comprender.

La afectada es también Cristina y su Gobierno. Aún cuando aquella operación estuviera en regla, como dicen, el matrimonio debería explicar el origen de los fondos que le permitió al ex presidente la compra de una cifra millonaria en dólares. Se trataría de bienes gananciales. Aunque pudieran explicarlo, el tema calzaría al talle de la oposición y sometería al Gobierno al escurrimiento de otra porción de capital político del escaso que posee.

El escándalo de los dólares es otra derivación de la crisis abierta con el Banco Central y el uso de las reservas. Kirchner estaba, con evidencia, en la lista de los amigos del poder con que amagó Redrado en los momentos en que arreciaba su pelea con el Gobierno. Quizás esa continuidad ayude a explicar los nuevos desatinos.

El Gobierno demoró casi una semana en ensayar alguna fundamentación. Las primeras palabras oficiales de Anibal Fernández, el jefe de Gabinete, y de Amado Boudou despertaron mas sospechas que otra cosa. La invocación constante a la legalidad pretendió encubrir todo lo demás.

El intento de encarrilar la situación corrió por cuenta del propio Kirchner con una llamada telefónica y un mail posterior que envió al periodista de radio Continental, Víctor Hugo Morales. Un mecanismo que, tal vez, denuncie el grado de soledad y ensimismamiento que demuestra el Gobierno para comunicar las cosas que desea. Ese ejemplo activa otros: el ex presidente sólo se anima a aparecer en televisión en el canal estatal; la Presidenta cansa aleccionando detrás de los micrófonos pero rehúye a cualquier discusión pública o interrogatorio periodístico.

El interior del poder aparece, además, quebrado y saturado de intrigas. A Aníbal Fernández ya no le basta con las palabras desmesuradas: sus gestos resultan también, muchas veces, caricaturescos. Carga con la ofensiva que ha desatado sobre él Guillermo Moreno y con el martirio a que lo tiene sometido Carlos Zanini, el secretario Legal y Técnico, luego de los errores cometidos por la crisis del Central. Zanini se protege así de sus propios equívocos.

El jefe de Gabinete se defiende como puede, mal. En su afán por defender a Kirchner de la compra de dólares para adquirir un hotel -y cobrarse de paso viejas deudas- insinuó que Alberto Fernández, el ex jefe de Gabinete, también era propietario de terrenos en El Calafate. La historia, de acuerdo al relato del ex funcionario, es así: el marido de la ex viceministro de Justicia, Marcela Losardo, compró un terreno allí en el 2005 pero desistió de escriturarlo cuando se percató del trasfondo vidrioso que ocultaba el negocio. Losardo fue echada el año pasado del Gobierno a pedido de Aníbal Fernández. Era la funcionaria que mejores vínculos tenía con la Corte Suprema.

A Aníbal Fernández le aguarda un pedido de juicio político que hizo la oposición en sintonía con la causa de la efedrina. La Coalición Cívica presentará también una denuncia por el escándalo de los dólares que involucra a Cristina. El PRO y el radicalismo, por ahora, no acompañarían.

La crisis también bifurca los senderos en el arco opositor. El informe de la Bicameral de anoche lo demostró. Alfonso Prat Gay aconsejó que no se removiera a Redrado por bloquear las reservas, aunque pidió que se investigue toda su gestión y la del directorio del Central. Julio Cobos apoyó aquella remoción después de interminables cabildeos que se asemejaron a los de la resolución 125, pero con resultado inverso.

Esos dilemas opositores, sin embargo, no tienen la gravedad de la crisis en estado puro que jaquea al Gobierno.

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