miércoles, 10 de febrero de 2010

La política nacional ha perdido el sentido de su existencia

Por Omar López Mato

“I am the owner of my fate
I am the captain of my soul”


Invictus - William E. Henley

No somos dueños de nuestro destino ni capitanes de nuestras almas, navegamos rumbo a la tormenta, guiados por nuestra propia estulticia, sumergidos en antinomias y enfrentamientos pasados, empapados en la cultura del hincha que considera que el oponente es un enemigo, y como tal no merece ni justicia.

Vivimos inmersos en un mundo de odios que nos cuesta evitar porque desde nuestra conducción no existe una cultura superadora, solo la mezquina intención de ganar como sea la próxima elección.

Guiados por el espíritu futbolero de vencer a toda costa, valiéndose de cuanto artificio delictivo esté a mano –desde el cohecho hasta la mano de Dios, con perdón del Señor–perdemos la finalidad de lo que estamos haciendo.

El deporte pierde su esencia de competencia de caballeros, de espectáculo para entretener, convirtiéndose en un coliseo de gladiadores. Eso de que “que gane el más mejor” quedó enterrado entre los yuyos de las canchitas de barrio.

De la misma forma la política nacional ha perdido el sentido de su existencia: generar la dirigencia que conduzca al país hacia un estado de bienestar y progreso.

La necesaria exposición de ideas para ese logro se ha convertido en una campaña publicitaria guiada por clichés. Da lo mismo promocionar un diputado que un lavarropas o un jabón; solo se expone un producto vendible vacío de convicciones.

De allí esta pasión morbosa por los sondeos y niveles de popularidad: sin ideas solo son almas sin rumbo y capitanes sin norte, dispuestos a conceder lo que no se puede dar y oponerse por el solo instinto de disentir, guiados por ideas cortoplacistas que nos han conducido a innumerables diluvios, de los que emergemos inmersos en una sociedad cada vez más débil, escéptica y rencorosa.

No hemos aprendido las lecciones de la historia. “Ni vencedores ni vencidos” terminó con el fusilamiento de Martiniano Chilavert, el degüello del Coronel Maza y la exposición de 600 soldados del regimiento Aquino pudriéndose a la vera del camino que conducía a Palermo.

“Ni vencedores ni vencidos” fue seguido del fusilamiento del general Valle y años más tarde, con el asesinato del general Aramburu, inicio de otro enfrentamiento entre hermanos.

Solo nos inspira la retaliación.

Mientras que las naciones exitosas miran el horizonte que amanece, nosotros solo contemplamos el atardecer, esperando la noche de las venganzas.

Países como Uruguay, Brasil y Chile pudieron vencer este atavismo, el mismo Nelson Mandela que sufrió en carne propia la opresión de la minoría blanca, supo superar el odio racial que le querían imponer sus seguidores. Construyó una nación sobre la reconciliación y no sobre el revanchismo. Al demostrar ese espíritu de grandeza, logró las inversiones que convirtieron a Sudáfrica en un país pujante. La revancha solo crea resentimiento, y el resentimiento desconfianza, y sin confianza no se gobierna una nación.

Tenemos doscientos años de historia llenos de disensos y antinomia, las más de las veces personales más que ideológicas: Saavedra-Moreno, San Martín-Alvear, Pueyrredón-Dorrego, Rivadavia-Quiróga, Dorrego-Lavalle, Federales y Unitarios, Rosas-Urquiza, Sarmiento-Alberdi… y así hasta nuestros días. Hemos cultivado el odio y la ley del ojo por ojo; sólo nos inspira la destrucción de todo lo hecho por nuestros antecesores hasta convertir a la República en un cenáculo construido sobre ruinas, porque el vencedor, como un señor feudal, toma los despojos del enemigo para si, despreciando su obra y sus logros como un objeto indigno.

La política nacional se ha convertido en una nave de bucaneros solo interesados en la rapiña a cualquier costo, una guerra a matar o morir en la búsqueda del poder o como mantenerlo.

El proyecto de país se posterga ante las urgencias personales que confunden gobierno con Estado, cayendo en el más abyecto absolutismo.

Tiene razón la señora presidenta al decir que en este país es difícil “vivir en blanco”, como en el poema de Henley, vivimos en la oscura noche de la venganza, el autoritarismo, la mentira y el latrocinio.

Como nación hemos perdido la grandeza. Está en nosotros recuperarla.

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