sábado, 20 de febrero de 2010

El más caritativo de los hombres de derecha jamás gozará del reconocimiento que se le tributa al más avaro de los socialistas


Por Carlos A. Manfroni

Resulta que el abuelo era usurero. ¡Ah, ahora nos quedamos tranquilos! Por suerte, no pertenecía a la oligarquía, como sí hubiera ocurrido si se hubiese dedicado a trabajar su propia tierra o la que heredó.

Parece que sólo presionaba a las personas que pasaban por una situación de necesidad para obtener beneficios económicos extraordinarios y dominio sobre ellas. Aires de familia, que le llaman.


Más allá de estas ridículas anécdotas, la izquierda es afortunada. En la política, nadie acumula tanto dinero como ella.

Hace unos años, un ex candidato presidencial me relataba la confesión de un empresario amigo suyo, quien prefería aportar dinero al populismo, porque de todos modos la derecha liberal no lo perjudicaría si alguna vez llegaba al poder. ¿Un caso aislado de cinismo? No. Un síndrome generalizado de cobardía autodestructiva, aquí y en gran parte del mundo.

La izquierda no es sólo afortunada por su dinero, sino también, y principalmente, por su prestigio. ¿En qué tratado de la virtud –no de la política– figura que la solidaridad consiste en repartir el dinero de los otros? Aun así, el más caritativo de los hombres de derecha jamás gozará del reconocimiento que se le tributa al más avaro de los socialistas. El Estado confiscó incluso la virtud.

Sin embargo, la mayor fortuna de la izquierda consiste en su posibilidad de evitar las comparaciones que pondrían al descubierto su incoherencia superlativa: su materialismo filosófico con la defensa de los derechos humanos (¿es, entonces, el hombre algo más que una piedra?); su discurso de los derechos humanos, con su defensa a ultranza de los países comunistas que los violaban y los violan hasta extremos execrables; su oposición a la pena de muerte con su reivindicación militante del aborto; su hipergarantismo jurídico con el trato a sus enemigos vencidos; su reivindicación del Estado con su tolerancia a la ocupación y destrucción del patrimonio público.

Las contradicciones del pensamiento de izquierda no resistirían el mínimo análisis; pero para tranquilidad de sus militantes, casi nunca se permite el mínimo análisis.

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