Por Rodrigo Lara Serrano para América Economía
Grupo Editorial Dow Jones y Wall Street Journal
El creciente conflicto entre poderes en Argentina amenaza la gobernabilidad y su regreso a los mercados internacionales.
“Estamos decididos a gobernar la Patria hasta el 2020”. Claro, directo y sin vueltas, el ex presidente Néstor Kirchner expresa públicamente así “el plan de vuelo” de él, su mujer –la presidenta Cristina Kirchner– y el sector del peronismo que los apoya. “Ellos han traicionado al pueblo argentino y al peronismo. Volví para echar a Néstor Kirchner y a su política, con los votos”, contraataca feroz el también peronista y ex presidente Eduardo Duhalde.
Declaraciones como éstas ya son cotidianas entre los líderes políticos, a medida que la conflictividad entre los actores políticos va al alza y se intensifica la lucha por el poder en la que no se vislumbra un ganador. A muchos sorprende el estado actual de las cosas. Y es que con el triunfo de la oposición en las legislativas del año pasado, se podía aventurar un freno en el hiper-presidencialismo como algunos empezaron a llamar al régimen seguido por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner.
No obstante, la debilidad relativa de todos los sectores, en vez de ayudar, ha dado origen a una guerra cada vez más dura entre el dividido oficialismo y la dividida oposición. De no darse una política de acuerdos, que hoy se ve contraria a las tradiciones de la política local, se anticipan días políticos difíciles y turbulentos, con una tendencia cada vez mayor a la ingobernabilidad. “Hoy gobierno y oposición están jugando a fondo”, dice el abogado constitucionalista argentino Roberto Gargarella. “Habitualmente de mala fe, al borde de las reglas o rompiéndolas cada vez, lo cual hace muy difícil cualquier juego, en cualquier contexto”.
El problema es que Argentina es un país al que le urge gobernabilidad. Y es que pese a ser el país más rico de América Latina y gozar de beneficios materiales y educacionales que siguen siendo sólo un sueño en la mayoría de la región, debe tomar decisiones en política económica que le permitan volver a los mercados internacionales de capitales, de los que salió tras negarse a pagar gran parte de la deuda contraída durante los 90 en los tiempos de la paridad peso-dólar.
De hecho fue el tema financiero el que desencadenó la crisis actual cuando, en diciembre pasado, el gobierno decidió usar reservas del Banco Central para crear un fondo destinado al pago de la deuda externa con los hold outs. Lo hizo sin consultar al nuevo Parlamento que estaba en receso desde hacía dos semanas. Desde entonces la tensión ha ido en crecimiento hasta llegar a un punto tal que Elisa Carrió, la líder de la Coalición Cívica, anunció que denunciará a la actual mandataria ante la OEA, pidiendo su intervención, bajo la figura de “riesgo democrático”. Justifica tal postura inusitada diciendo que “ella [Cristina] se pone al margen de la ley y quiere victimizarse. Es la confrontación final. Y nosotros nos vamos a adelantar”.
La postura de Carrió no es compartida por toda la oposición, muchos de los cuales piensan que satanizar a la presidenta y al ex presidente, la pareja presidencial, ayuda a la polarización. “Mientras más se endurecen los halcones de un lado, más se endurecen los halcones del otro”, dice Roberto Bacman, director del Centro de Opinión Pública (Ceop). Para él, “lo que quiere la gente es que se resuelvan los problemas”, y la oposición corre el riesgo de ser vista como inefectiva si sólo aparece en guerra.
Para algunos el problema es que los políticos locales tienden a jugarse el todo por el todo, sin pensar en consecuencias. “La mejor definición de los políticos argentinos la dio el ahora primer mandatario del Uruguay, Pepe Mujica, cuando dijo que la clase política argentina es caníbal”, ironiza Heriberto Muraro, asesor de varios presidentes de Latinoamérica durante más de medio siglo. Al hacerlo esboza ese gesto no exento de piedad y humor de quien ha visto de todo. O casi, pues hasta el momento no ha visto a un presidente peronista obligado a renunciar por una crisis económica o política. Y ése es el gran miedo que la actual ocupante de la Casa Rosada, Cristina Kirchner, tiene: piensa que la oposición la quiere forzar a renunciar de manera anticipada.
Aunque la salida temprana de Kirchner no conviene realmente a casi ninguna fuerza política, podría llegar a ocurrir como un efecto bola de nieve, originado en la violación sistemática de reglamentos y tradiciones que se observa en estos días.
La situación se agudiza por la atomización y la carencia de mayorías. “Partido por partido, nadie tiene mayoría propia”, dice Bacman. En ninguna parte. Ni en las dos cámaras del Parlamento y tampoco dentro de los dos viejos partidos dominantes (peronismo y radicalismo) convertidos en cáscaras.
Así, los francotiradores individuales y partidos pequeños pueden sabotear fácilmente acuerdos y estrategias. Un dato revelador: en la Cámara Alta hay 72 senadores y 23 bancadas diferentes, muchas de las cuales son bancadas unipersonales.En la lógica anterior, el analista político Ricardo Rouvier entiende que el verdadero problema del país no es el ocaso en ciernes de los Kirchner o la disputa por el liderazgo irresuelto de la oposición, sino que “al no estar los partidos, y existir una crisis de representación, la política nacional se despliega a través de élites”. Grupos de hecho, personalistas y circunstanciales. “Pueden ser de izquierda o de derecha, pero ambos carecen de anclaje popular suficiente”, dice. “Se vive la cuasi desaparición de los partidos”.
En este escenario pesimista existen dos figuras que, en teoría, poseen herramientas y recursos para imponer calma y lograr un arribo más normal a las elecciones de 2011. La primera es la del vicepresidente en ejercicio, Julio Cobos, el paradójico líder del opositor UCR, pero quien –debido a su participación en la alianza inicial que llevó a Cristina Fernández al poder– ocupa el cargo de vicepresidente del país, un cargo simbólico que no tiene sus oficinas en la casa de gobierno.
Cobos es el casi seguro candidato a la presidencia de su partido, y atrae a vastos sectores de la clase media y la centroderecha por su oposición a varios proyectos de Fernández. En su día a día se presenta por sobre la oposición asegurando que trabaja porque se respete la institucionalidad.
No obstante, Cobos no ha sido capaz de alinear a su partido en torno a su figura. Porque como no se pronuncia sobre temas clave o es estudiadamente ambiguo al respecto, su imagen oscila entre la del “hombre providencial”, el único que puede enviar a los Kirchner a la pensión de retiro de la Historia, y la de un “hombre de paja”: voluble y ambicioso. Incapaz de gobernar si llegara al poder. Así lo retrata Carrió, su ahora ex aliada, por ejemplo.
Ex dueño de una cadena de supermercados, Francisco De Narváez al parecer se ufanaba de sus métodos autoritarios en el manejo del negocio. Y, precisamente, el autoritarismo es parte del problema en Argentina, no de la solución. “Hay una cultura autoritaria en la dirigencia política argentina”, explica Graciela Römer, de Römer y Asociados. Ésta, si bien se manifiesta sin disfraces en el peronismo, está en el resto de los políticos. “Así lo que vemos es un espacio vacío enorme entre el discurso de la dirigencia en su conjunto y las actitudes reales de esa dirigencia”, dice. Y, hasta ahora, De Narváez no ha demostrado, como se dice en la política estadounidense, ser “un tipo de animal diferente”
Mientras la oposición no logra articular una estrategia diferente al choque frontal, los Kirchner despliegan su estrategia: buscar que la reactivación económica y un paquete de gasto público redistributivo hagan volver a su vera a los votantes de sectores populares que les dieron la espalda en los últimos comicios.
Rouvier lo describe así: “La economía anda mucho mejor que la política. Me cuesta pensar en que el gobierno actual pueda andar cojo mucho tiempo. No es el estilo K. Cuando avancemos este año, el gobierno va a imprimir mayor acción y el ex presidente va a ir armando su frente en el partido justicialista”.
A su favor juega el deseo de las empresas de bajar los decibeles. “El empresariado, incluso empresarios amigos de los Kirchner, están presionando al poder ejecutivo como a los líderes de la oposición, para que paren la mano”, dice Muraro. “Tienen miedo que todo esto provoque un caos financiero. Sería casi fabricar una crisis económica desde la nada”.
En el ámbito internacional, la actual “guerra de trincheras” interna augura que el gobierno no logrará mejorar su posición internacional relativa del país, que viene cayendo sostenidamente en los últimos 15 años. Sin estar enfrentados a EE.UU., con el cual el gobierno de Cristina colabora en no proliferación nuclear, terrorismo y temas como Irán y creación de sistemas de armamento; la relación no puede mejorar dado que los Kirchner son vistos como neodesarrollistas afectos al populismo (y lo son, sin sentir vergüenza por ello), políticas que –en el mejor de los casos– se consideran ineficientes en Washington.
Además, en sectores conservadores, el estigma del default todavía pesa mucho, al igual que la amistad con Hugo Chávez. Tampoco gusta que los Kirchner insistan en volver al mercado del crédito en sus propios términos, lo cual es bien visto por sus seguidores, pero irrita a los analistas e inversores de Wall Street. “En Washington, Argentina es percibido como un país totalmente irresponsable”, dice el presidente de uno de los grandes think tanks de la capital federal de EE.UU.
Alerta de turbulencias
En cuanto a los próximos meses, a menos que ocurra una situación externa que promueva una tregua, se mantendrá la exasperación actual. De hecho, para Bacman, un gran obstáculo para un cambio es que “la oposición no tiene un proyecto alternativo: por eso los Kirchner o el kirchnerismo están vivos”. Lo confirma la analista Römer. “Veo un gobierno muy intransigente no preparado para gobernar con el control legislativo”, dice.
De seguir las cosas en tal tenor, Rouvier lanza un oráculo ominoso: “Si no se allana una ruta de convivencia y de negociación, el camino para finalizar el mandato actual será complicado y turbulento”. No hay magia en esta predicción: “Esto se deriva del empate. No hay dominio, ni mayoría suficiente para imponerse”.
Los más audaces proponen explorar otras posibilidades. “El sistema presidencialista, y sobre todo el nuestro –dice Gargarella– que lo refuerza (y por eso algunos lo llaman híperpresidencialista) ha demostrado ser funcional a la inestabilidad, a los golpes de Estado, a la fragilidad y caídas de regimenes y gobiernos”.
Las opciones son usar lo que se tiene de una forma más creativa. “La Constitución establece instituciones participativas. Además hay otras, como el jefe de gabinete, que podrían ser retransformadas, para ayudar a que jueguen un papel de válvula de escape, que hoy no juega”, reflexiona.
Paradójicamente, la batalla polìtica, pese a que afecta a su esposa, podría favorecerle a Néstor Kirchner para volver al cargo si logra mantener unido al oficialismo y la inflación no crea pánico. Para ello, es fundamental que resista el asalto del ex presidente Duhalde, aliado con los hombres de Narváez. Si lo logra, puede que se haga realidad lo que cantan sus seguidores: “Llora la Gorda Carrió/ el Colorado también/ Néstor va a volver/”. No obstante, tampoco sería una salida que asegure estabilidad y gobernabilidad.
Con el estado actual de las cosas la que realmente llora es Argentina.
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