sábado, 17 de abril de 2010

“Hay que tener cuidado al elegir a los enemigos, porque uno termina pareciéndose a ellos” J.L. Borges

Por Alberto Medina Méndez


Una vez unos, otra vez otros. El quórum parece ser el modo mas eficiente que han encontrado algunos dirigentes contemporáneos, para mostrar el lado más oscuro de los valores morales de la casta que conduce los destinos de una sociedad.


No importa si se está de un lado, o del opuesto. No resulta significativo saber si fue para favorecer a los que gobiernan o para impedirles su gestión. Lo que impacta es el modo de decidir, que apela a la más retorcida interpretación de lo escrito para justificar lo injustificable, para que, de alguna manera, todo se termine ajustando a los circunstanciales deseos de un sector político.

La forma en la que deciden los miembros de un cuerpo colegiado cuando dan quórum o lo retacean, muestra la madera con la que están hechos. Hasta los más honestos terminan sometiéndose a este precepto cuando pretenden imponer sus intereses.

Bajar al recinto, o levantarse en plena sesión, parece haberse legitimado como dinámica del funcionamiento habitual de las instituciones parlamentarias. Olvidan estos políticos, el espíritu de este instituto. Se trata de la búsqueda del equilibrio del poder al que aspira un sistema republicano. El quórum, este requisito que resulta imprescindible para legitimar las decisiones de los miembros de un cuerpo, nació para contribuir al cumplimiento de las voluntades ciudadanas y no para manipularla discrecionalmente.

No pretendió convertirse en el ícono del engaño cívico. Pero se ha constituido, sin más, en el ardid preferido de los que desean aplicar sus pareceres a cualquier precio, socavando las bases de un sistema imperfecto, pero aún insuperable.

Aún asumiendo las aberraciones que pueden derivarse de decisiones desacertadas, los legisladores no están para trampear la esencia del sistema, sino para respetarlo. Los protagonistas de esta parodia parlamentaria se lo vienen tomando como un simple juego de cartas, en el que cabe especular con el próximo movimiento del adversario, para evaluar el siguiente paso propio.

Recurrir a tan bajo recurso, a tan inmoral mecanismo, para imponer su visión, habla bastante mal de ellos, de los que hacen de la democracia una mera enunciación descartable, para moldearla a sus caprichos coyunturales.

Ya no se trata de la ausencia justificada, de esa que se deriva de un problema de salud o de un viaje a latitudes lejanas que explique la omisión. Su utilización es el corolario de la más elaborada fórmula para evitar que se concreten resoluciones indeseadas. Ni evitar decisiones equivocadas, ni impedir saqueos o imposiciones ideológicas, aunque solo se trate de mayorías matemáticas circunstanciales, nada justifica recorrer tan deshonestos subterfugios para lograr los antojos propios.

Habrá que comprender que no se puede obtener ningún objetivo justo, con métodos aberrantes, sin quedar impregnado de la indecente práctica ejercida. El camino es tan o mas importante que la meta. Que determinada forma de hacer las cosas se encuentre enmarcada en “lo permitido” no valida éticamente, por si misma, ninguna conducta.

Sin embargo, la degradada versión actual de la política partidaria, ha conseguido instalar la idea de que aquello que está permitido, es lo más apropiado. Y es probable que solo estemos frente a un caso de aquellos en los que cumpliendo la norma estrictamente, se alcanza ese atajo, como una astuta forma de resolver problemas.

Habrá que seguir hurgando para encontrar mecanismos que desanimen las ausencias, y al mismo tiempo consigan contener a los más audaces, a esos que compulsivamente se aprovechan de los huecos que dejan ciertas reglas. Así y todo, aun sigue lejana la imprescindible sanción cívica para quienes desprecian el espíritu republicano.

Ello no ocurrirá mientras los ciudadanos sigamos creyendo que las decisiones legislativas son solo el equivalente al lúdico esquema que nos proponen los juegos de mesa o las competencias deportivas que nos apasionan a diario.

Gobernar no es un juego donde unos ganan y otros pierden. Se trata del medio que hemos elegido como sociedad, para asegurarnos el mejor estilo de vida posible.

Los dirigentes de hoy, los que ocupan una banca, los que vienen de la política y también los que emergieron desde otros sectores, enfrentan con bastante frecuencia esta macabra tentación de apelar a estos artilugios, aparentemente correctos, que se ocultan detrás de normas que lo posibilitan.

Muchos de ellos dudan, pero los más claudican, admitiendo la alternativa de sobrepasar ese umbral de inmoralidad que los iguala con los peores, con esos que recurren a los más sinuosos senderos de la democracia para imponer autoritariamente su parecer, abusando de los resquicios que deja un sistema vapuleado y siempre imperfecto.

Esta línea que se supera, es una mas de las que se traspasa inocentemente creyendo que no opacará la dignidad del dirigente. Constituye solo otro paso, de una larga serie, que naturaliza ciertas reglas para terminar desmoronando lo que queda de la reserva moral de los que pretenden cambiar la historia.

Seguimos viendo como se derrumban a diario muchos bienintencionados y honestos. Intentan encontrar justificación en los loables fines que persiguen y en los perversos enemigos que enfrentan. Pero parecen no darse cuenta que repiten los indecentes procedimientos que utilizan sus contrincantes. El escritor Jorge Luis Borges decía “ hay que tener cuidado al elegir a los enemigos, porque uno termina pareciéndose a ellos”.

El gran desafío es poder utilizar los apropiados medios que dignifican cualquier triunfo. Ya no se trata de acertar o equivocarse. Obtener una victoria utilizando las inmorales tácticas del adversario, es haber perdido la batalla, la mas importante de ellas. Esa aparente conquista es solo un ingrediente adicional de la progresiva destrucción moral de una dirigencia que pretendía cambiar la dinámica de su sociedad, repitiendo los históricos errores de la casta.

El quórum es una herramienta, pero su espíritu no es el que lo avasalla para interpretarlo. Habrá que aprender que nada bueno puede provenir de esta moderna forma de manipulación obscena.

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