Por Ricardo Roa
Si hay una constante en la vida política de
Aníbal Fernández es que cambió todas las veces que fue necesario para mantenerse cerca del poder. En los 90 fue el delfín del jefe menemista de Quilmes
Angel Abasto. Y de allí viró según soplaba el viento: supo alinearse con
Duhalde y después con
Ruckauf, hasta que se subió a la ola kirchnerista.
Un peronista todo servicio.
Alguien que, como él,
abrazó la visión liberal de Menem con el mismo fervor que ahora hace suya la de Kirchner, debería desconfiar un poco más del acierto de sus elecciones. Tan solo por pura precaución: mañana las cosas podrían darse vuelta de nuevo en el peronismo.
Pero
Aníbal apuesta a convertirse en una celebridad mayor del kirchnerismo.
Es el megavocero que aún sin argumentos defiende todas las causas de los Kirchner, que sobreactúa y teatraliza muchas veces al borde del mal gusto.
Aunque con su aparición en una reunión de blogueros K superó sus propios récords: llevó una remera negra, con dos figuras en rojo como jugadores de fútbol y cada una con un clarinete clavado en el traste. Si pretendía injuriar a este diario, se injurió a si mismo (ver Aníbal F. ofreció a los blogueros kirchneristas financiamiento oficial ).
Es nada menos que el jefe de Gabinete. Encima de una Presidenta que vive quejándose de las dificultades y condicionamientos que el entramado machista le pone a su condición de mujer.
No hay imagen más agresiva para ella y cualquier mujer que una que hace apología de la violación.
Es una imagen que habla de eso y también de quien la usa.
Aníbal viola su propia autoridad y responsabilidad como jefe de los ministros cuando además prometió plata para financiar la guerra sucia en la web.
Seguramente nada de esto le preocupe demasiado porque piense que hasta ser obsceno puede ser útil a sus mandantes de turno.
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