Por Jorge Fontevecchia
El director de la
Editorial Sudamericana,
Pablo Avelluto, me envió un mail que decía: “Te pido que le eches una mirada al libro de
Ernesto Tenembaum que estamos publicando este mes. Se llama
¿Qué les pasó?
Me parece que tiene algunos elementos que te pueden llamar la atención: es el primer periodista que acepta públicamente haber creído en el kirchnerismo y haberse desengañado luego.
Plantea la historia de estos años desde la microhistoria, las rupturas con los amigos tras su incorporación a
Radio Mitre, sus vivencias del conflicto entre el
Grupo Clarín y el Gobierno y el modo en que se astilló la estructura comunicacional argentina”.
Ernesto Tenembaum me había enviado un ejemplar que vino con la siguiente nota:
“Creo que este libro es un intento por entender qué nos pasó en estos años tan intensos, complejos y apasionados, para comprender el lío en el que estamos metidos. Ojalá sirva y te guste. He discutido mucho, mentalmente, con tus muy buenas contratapas. Alguna vez, quizá, lo hablemos personalmente”.
Leí su libro.
Está muy bien escrito y lo disfruté mucho. Pero no pude –aunque me gustaría– coincidir con la tesis de que hubo dos
Kirchner: uno en sus primeros años de gobierno, el que conquistó al autor y a muchos más, y otro diferente después: el actual. Desde ese punto de partida,
Tenembaum se pregunta y trata de explicarse “qué les pasó” a
Kirchner y a su esposa, que de aquellos “ángeles” se convirtieron en estos demonios.
Al revés, coincido con la posición que da Nelson Castro en la propia y honesta solapa del libro de Tenembaum: “La pregunta del título –¿Qué les pasó?– tiene varias respuestas. Algunos pensamos que a los Kirchner no les ocurrió nada: siempre fueron iguales. Ernesto da aquí su propia perspectiva en un texto, al mismo tiempo, descarnado, apasionante y revelador”.
Es cierto que a partir de 2003
Kirchner nombró la
Corte Suprema de Justicia más independiente y valorada de muchas décadas y promovió nuevos juicios a los ex represores. Pero al mismo tiempo apoyaba al único grupo de medios que siguió defendiendo la memoria de la dictadura y algunos de sus legados militaristas, por entonces
Radio 10 y
Canal 9, conducidos por
Daniel Hadad.
Aunque los fines fueran nobles,
¿podía enamorar alguien para quien el fin justifica los medios justo en un tema como el de los derechos humanos, donde la autoridad moral es más trascendente que la intelectual? (En la página 66 de su libro, Tenembaun escribe:
“Durante 2004, Canal 9, de Daniel Hadad, multiplicó por diez la publicidad oficial, de 650 mil pesos a 6 millones y medio”).
Tenembaum también escribe: “Hay cazadores de brujas para los cuales es un pecado ser kirchnerista, o no serlo, o haberlo sido, o haberlos insultado con toda el alma. Fui un poco de todo eso, en distintos tiempos”. En ese sentido, el autor de
¿Qué les pasó? representa al argentino medio que simpatizó con
Kirchner y luego lo repudió.
Creo que eso es igual a equivocarse dos veces. Porque ni
Kirchner fue un patriota que mereciera admiración en 2003 ni corresponde que hoy sea “insultado con toda el alma”.
En lugar de preguntarse qué les pasó a
los Kirchner que cambiaron, lo correcto sería preguntarse
qué les pasó a quienes creyeron que Kirchner era distinto de lo que era y ahora, o más precisamente desde mediados de 2008, tras el conflicto con el campo, cambiaron de opinión sobre
los Kirchner.
La pregunta es aún más pertinente teniendo en cuenta que a muchos de ellos ya les pasó lo mismo con
Menem, con
De la Rúa y con
Alfonsín, a quienes apoyaron jubilosamente y luego insultaron con ira. Si con ex presidentes de tan diferentes calidades personales e intelectuales se repite el ciclo donde quien comenzó aplaudido terminó maldecido, ¿no habría que pensar que algún problema también hay en quienes adhieren y luego rechazan?
Si se equivocaran dos veces, ¿no se recrea la situación para volver a caer en el mismo círculo donde el próximo presidente, por contraposición con el “diablo” que se deja atrás, también sea vitoreado al principio para, por exceso de ilusión inicial, nuevamente desembocar en otra desilusión enojosa?
Desde el periodismo son posibles otras posiciones. Por ejemplo, considerar la crítica continua aun de lo que está bien encaminado (y obviamente de lo que está mal) como una contribución a la mejora porque aun en lo bueno hay cosas malas que corregir.
El origen del problema se desarrolla justamente en el primer capítulo del libro de
Tenembaum titulado
“Los enemigos”. Allí cuenta qué le sucedió durante un reportaje a
Jorge Rivas, el socialista ex
vicejefe de Gabinete del gobierno de Kirchner, quien tuvo que dejar su cargo porque durante un robo recibió un golpe que lo dejó sin poder moverse ni hablar. El reportaje se hizo recién cuando pudo volver a comunicarse gracias a una computadora adecuada especialmente para mover el cursor en la misma dirección que
Rivas movía su cabeza, de esta forma elegía letras que formaban palabras que luego se transformaban en sonidos emitidos por el parlante de la computadora.
Tenembaum le pregunta a Rivas a quién votó, y él responde:
—A Kirchner.
—¿Y qué es lo que más te entusiasma de él?
—Los enemigos.
El autor de
¿Qué les pasó? nos cuenta que luego, con la voz de metal de la computadora, repitió: “Los e-ne-mi-gos”, y
Rivas agregó:
“A mí también Clarín me pone nervioso”. Este final motivó la reflexión de
Tenembaum porque a él mismo, hace seis años, los enemigos de
Kirchner lo acercaron a
Kirchner. Algo que ya, por lo menos parcialmente, no podía seguir haciendo porque trabaja para dos empresas del
Grupo Clarín donde, justamente, iba a difundir ese reportaje.
En
¿Qué les pasó? se cuenta que no pocos eran los que sostenían que si
“Kirchner estaba contra la Iglesia, contra los militares, contra Clarín y contra los Estados Unidos, no podía ser malo”. Equivocarse dos veces sería ahora decir que si
“Redrado, Carrió, Reutemann, o quien fuere están en contra de Kirchner, no pueden ser malos”.
Y
Tenembaum reproduce un párrafo del libro
El juego del ángel, del español
Carlos Zafón, que dice:
“La mayoría de nosotros, nos demos cuenta o no, nos definimos por oposición a algo o a alguien más que a favor de algo o alguien (…) Nada aviva la fe y el celo del dogma como un buen antagonista. (…) Una de las funciones de nuestro villano debe ser permitirnos adoptar el papel de víctimas y
reclamar nuestra superioridad moral.
Proyectaremos en él todo lo que somos incapaces de reconocer en nosotros mismos y demonizamos de acuerdo a nuestros intereses. Basta convencer al santurrón que está libre de pecado para que empiece a tirar piedras”.
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