domingo, 2 de mayo de 2010

Pasado Argentino, Presente Griego


Por Marcelo Zlotogwiazda

El país está en recesión, tiene una deuda externa pública asfixiante, un déficit presupuestario gigante, cuentas externas en rojo muy intenso, y está maniatado para aplicar política monetaria y para devaluar. La descripción remite al pasado de la Argentina pero se trata del presente griego, una realidad que en varios aspectos es más grave que la vivida aquí en 2001.


Nouriel Roubini, uno de los economistas con más predicamento hoy en día, señaló días atrás que “de no ser por un milagro, Grecia parece próxima a la insolvencia”. Para ilustrar la dimensión del problema, trazó la siguiente comparación: “Al comienzo de la crisis, el déficit presupuestario de la Argentina, su deuda pública y su déficit de cuenta corriente eran (como porcentaje del PBI) 3, 50 y 2 por ciento; en Grecia son mucho peores: 12,9, 120 y 10 por ciento”.

Acosado por inminentes vencimientos de decenas de miles millones de euros de deuda e imposibilitado de refinanciarla a tasas razonables, el gobierno griego acudió desesperado al Fondo Monetario y a la Unión Europea para que lo asista. El FMI puso a disposición 15.000 millones de euros, pero los principales socios de la UE (Alemania y Francia) están condicionando su parte del salvataje por 30.000 millones de euros a la aplicación de un draconiano ajuste fiscal. “Esa fue la trampa en que se hundió la Argentina entre 1998 y 2001”, apunta Roubini. Se refiere a que las políticas de ajuste suelen agudizar la recesión, y que eso conspira contra el objetivo de mejorar los resultados fiscales y aliviar el peso de la deuda.

Al igual que aquella Argentina, la Grecia de hoy tiene muy serias dificultades de competitividad, causadas fundamentalmente por su baja productividad relativa y por la apreciación que registró el euro en relación al dólar y a varias otras monedas. Eso se tradujo en un déficit de balanza comercial de 65.000 millones de dólares en 2008, y que con la crisis del año pasado bajó a 43.000 millones, que siguen siendo una enormidad.

Grecia no es el único país de la zona euro en sufrir desequilibrios de esa magnitud. En la lista de 182 países ordenados por su resultado de balanza comercial (que China encabeza con el mayor superávit del mundo y cierra Estados Unidos con el negativo más grande), Irlanda, Portugal, Italia y España están entre los veinte de mayor déficit. No es casual que en el mundo se esté hablando del problema de los PIIGS, una sigla formada por las iniciales en inglés de esos cinco países. (Es una curiosidad simbólica que esa sigla tenga resonancia porcina mientras que la del grupo BRIC –Brasil, Rusia, India y China– reverbera como ladrillos de construcción.)

Si para la Argentina de la convertibilidad y el 1 a 1 la devaluación implicaba una ruptura traumática y muy riesgosa, para Grecia y los otros países europeos con desbalances externos la devaluación no figura en el menú de alternativas ni siquiera como una opción extrema. Por la sencilla razón de que para devaluar se requiere contar con moneda propia, y esos cinco países tienen una moneda supranacional como es el euro.

Más allá de que el devenir y la repercusión de la crisis griega pueda retardar la recuperación europea y mundial, y por ende impactar domésticamente, genera alivio y regocijo observar el abismo que separa a la Argentina de hoy de ese común denominador que existe entre el país de entonces y la Grecia actual. La Argentina dispone de tipo de cambio competitivo, flexibilidad cambiaria, cuentas externas superavitarias y niveles de deuda fácilmente manejables. Las cuentas fiscales ya no son lo holgadas que fueron hasta hace dos años, pero tampoco muestran números dramáticos.

Y respecto de la deuda pública, el último informe de coyuntura del Banco de la Ciudad de Buenos Aires destaca que “está en un nivel extremadamente bajo”. El economista jefe de la entidad del gobierno macrista calculó que aun sumando lo que se reconocerá con el canje anunciado, la deuda pública total ascenderá a 156.000 millones de dólares, lo que representa un 52 por ciento del PBI. Es decir, menos de la mitad que en Grecia. Además, su economista jefe Luciano Laspina estima que dentro de ese total de deuda pública hay 53.700 millones de dólares de deuda con otros organismos públicos (adelantos transitorios del Banco Central, ANSeS, Banco Nación, etc.), que son de refinanciación asegurada. Y lo mismo vale para los 16.200 millones que se deben a organismos internacionales (Banco Mundial, BID, Corporación Andina de Fomento). O sea que la deuda neta con el mercado ronda los 86.000 millones de dólares, equivalentes al 29 por ciento del PBI.

Mientras la Grecia de hoy camina por el estrecho desfiladero del default, nadie considera esa alternativa para la Argentina. El último reporte sobre el país del banco de inversión Morgan Stanley sostiene que “dado que vislumbramos que el país podrá recuperar acceso al mercado de capitales, creemos que se las va a arreglar por los próximos dos años”. Más aún, el informe firmado por Daniel Volberg pronostica que en ese período la economía local “debería mostrar una performance relativamente buena”, y lo fundamenta en que “las necesidades de financiamiento son manejables”, en que “los fundamentos macroeconómicos son relativamente sólidos”, y en que “la economía gozará en el corto plazo de un ciclo de rebote en la actividad, conducido por el fuerte incremento de la producción agropecuaria y por la tracción que está ejerciendo el crecimiento brasileño sobre las exportaciones industriales”.

Lo interesante es que el vaticinio parte de alguien que advierte sobre el debilitamiento de la solvencia fiscal, sobre el crónico problema inflacionario y sobre el deteriorado “clima de negocios”, y que revela su simpatía acerca de que “el factor catalizador clave para el mediano plazo en la Argentina es la posibilidad de un cambio en la dirección política después de la elección presidencial”.

“La fecha clave es el 19 de mayo”, dijo en tono de amenaza el ministro de Finanzas griego Giorgios Papalconstantinou. Ese día vencen 9.000 millones de euros de deuda que sólo serían pagados si la Unión Europea y el FMI concretan la ayuda.

Pero hay otra fecha clave para Grecia y la Argentina. Es la del 22 de junio, cuando se enfrenten en Sudáfrica las dos selecciones de fútbol. También en ese caso los pronósticos favorecen a los de Maradona.

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